La muñeca de porcelana, de pelo
muy rubio y flequillo de eterna niña, la hija de Blancanieves —travesuras del
destino que su madre se llamara como uno de los personajes de los hermanos
Grimm— es lo primero que viene a la mente cuando llega esa noticia
que parece un hachazo. Que en un primer instante paraliza y luego despliega la
imagen de un rostro entrañablemente angelical: Elsa
Bornemann murió ayer,
a los 61 años. Justo una semana después del genocida Jorge Rafael Videla, el
mismo que prohibió Un elefante ocupa mucho espacio, “mediante un ultra
injurioso decreto que me exponía a lo peor desde su vandálica dictadura
militar”, subrayaba la escritora en una columna que escribió para este diario
en 2004. “Se trata de cuentos destinados al público infantil con una finalidad
de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación
ideológica del accionar subversivo, e indicase que Ediciones Librerías Fausto
comparte dichos agravios y es contumaz en esa difusión”, se planteaba en ese decreto. Calificarlo de siniestro
es quedarse corto.
“Elsy” —como la llamaban sus amigos— asumía sin ningún complejo
que andaba por la vida llevando una parte importante de su infancia. Jamás como
una mochila pesada, sino como un tesoro valiosísimo. Si algo bueno le sucedía,
se alegraba como una criatura. Reconocía con orgullo indeclinable que tenía un
comportamiento infantil. Y sonreía, a toda honra, con ese modo tan suyo de
desdramatizar una confesión que para otro podría resultar inconveniente. Acaso
un gesto de debilidad. Después del cimbronazo de su muerte, irrumpen rimas
almacenadas en la memoria de un puñado de generaciones en esa especie de cofre
encantador que es El libro de los chicos enamorados:
“Si fuera un gato / cascabelero / te maullaría / cuánto te quiero”. La
literatura infantil de estos tiempos está más liberada de una compleja madeja
de rancios prejuicios. Bornemann hizo camino al andar, empezó a publicar poemas
para chicos en los albores de la década del ’70. Y tropezó con la saña
socarrona de quienes ni siquiera consideraban al género en el plano de la
existencia. “Cuando yo decía que quería escribir para los chicos, en la
Facultad de Filosofía y Letras, mis compañeros se burlaban —recordaba—. Nadie
se dedicaba a eso, entonces. No los voy a nombrar, pero después a algunos los
encontré en editoriales dirigiendo colecciones infantiles o para adolescentes.”
Las vueltas de la vida y el trabajo del tiempo pronto lograron que la burlada
fuera una autora masiva, querida y celebrada por sus lectores argentinos y
latinoamericanos. Y luego también respetada y admirada por sus colegas. Ocupó
mucho espacio en la literatura infantil, afortunadamente, un espacio ganado
página tras página, en Disparatorio, El
niño envuelto, El espejo distraído, Los
Grendelines, Cuadernos de un delfín, No
somos irrompibles, La edad del pavo, No
hagan olas, Socorro Diez, Corazonadas, Amorcitos
sub-14 y El
último mago, por mencionar apenas algunos títulos de los más de
treinta libros que ha publicado, muchos traducidos a varios idiomas y algunos
al sistema Braille para ciegos.
A los ocho años se plantó frente a su padre —el relojero alemán
Wilhelm Karl Henri Bornemann, que llegó al país para “sembrar” el reloj y las
campanas que hoy se ven en la Legislatura porteña y se enamoró de la
Blancanieves argentina— y le dijo que quería ser escritora. “El me dijo que le
parecía bien, pero que me iba a casar e iba a ser ‘Elsa Bornemann de’ y que así
iba a firmar mis libros. Yo le dije que no, y cada vez que me publicaban un
libro se lo llevaba y él pasaba el dedo por arriba del nombre y se ponía
contento, porque como tenía tres hijas mujeres decía que a través de mí el
apellido iba a perdurar. No sé si se ponía más contento porque hubiera sido
escritora o por la firma”, reveló en un encuentro con escuelas primarias en la
Feria del Libro de 2004.
La vicedirectora de la escuela secundaria a la que asistió
Bornemann —que nació en el barrio de Parque Patricios en 1952— fue una especie
de hada madrina: la ayudó a publicar su primera obra, Tinke-Tinke.
Tenía 16 años y la invitaron al programa radial de Blackie. Nunca dejaría de
escribir cuentos, canciones, novelas, obras de teatro para chicos y jóvenes. A
pesar del duro golpe que en 1977 le produjo la prohibición de Un
elefante ocupa mucho espacio —elegido el año anterior
para integrar la Lista de Honor del IBBY—, se quedó en el país. “Hasta que se
produjo el retorno a la democracia, recibí absoluta solidaridad de las
editoriales, que siguieron publicando mis libros, de instituciones que
continuaron premiándome aquí y en el exterior y de las autoridades de la Feria,
quienes tampoco me erradicaron —enumeraba la escritora—. Fue una experiencia de
vida que merece infinita gratitud por mi parte. En las sucesivas ferias
montadas a pesar del Proceso, mi asistencia a múltiples actos y firma de mis
libros persistió, como si ese terrorismo de Estado no me hubiera colocado ‘en
la picota’. Si no fuera por ello, nunca hubiese sentido la ‘almática’ emoción
que me sacude cuando colas de concurrentes aguardan mi atención frente al stand
en el que me encuentre, a fin de que dedique sus ejemplares. No sólo se trata
de niños y jóvenes que desean conocerme, sino incluso de ex lectorcitos ‘míos’,
actualmente de 35 pirulos, 40 o algo más, quienes se presentan a verme con sus
hijos, manifestando una constante adhesión a mi obra a través del tiempo.”
Cualquiera que haya sido un niño en la década del ’70
seguramente escuchó o leyó un cuento de “Elsy”. Sus libros son centrales a la
hora de pensar la literatura infantil en el país y en el resto de
Latinoamérica. Larga es la lista de premios que ha recibido: la Faja de Honor
de la SADE, el Konex de Platino, y entre los últimos está el Pregonero de Honor
2006, otorgado por la Feria del Libro Infantil y Juvenil. El grupo 5 Encantando
convirtió alguno de sus poemas en un disco que lleva el nombre ¿Dale
que somos amigos? “Me
produce una enorme culpa no poder contestar todo. Los chicos me confiesan
muchas cosas, como si me conocieran, quizá porque encuentran verosimilitud en
los cuentos —explicaba Bornemann—. No necesariamente mis cuentos terminan bien.
La literatura infantil es muchas veces vista como literatura de segunda. A mí
el interlocutor adulto no me interesa tanto como los chicos. Me gusta ser de
los primeros escalones. Que les pase a los chicos como me pasó a mí con muchos
autores, que gracias a ellos seguí leyendo.” No le temía a la vejez. “Pienso
que no voy a llegar a vieja. Me fallaron los griegos, que decían que al que los
dioses aman muere joven, entonces yo creía que me iba a morir muy jovencita. Va
pasando el tiempo, y digo: Entonces, los dioses no me aman.” Fanática de Peter
Pan, es la última maga de la literatura infantil argentina, una de las más
amadas por esos dioses chiquitos que nunca la olvidarán. Que Elsa Bornemann
ocupa mucho espacio lo sabemos todos.
Extraído de Página 12
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