No podía incluir una página de Diego Rivera sin mencionar la obra de Siqueiros , este otro gran muralista mexicano, unido a Rivera en la forma de expresar la historia de su pueblo.
Para nosotros, en la provincia de Ñuble tiene un gran significado la obra de Siqueiros, pues dejo su legado, junto al de Xavier Guerrero, en la Escuela México de Chillán, donada por el gobierno mexicano a la ciudad después del terremoto de 1939.
La gestión la hizo Pablo Neruda, por entonces cónsul de Chile en México.
Voy a dejar que Eduardo Galeano explique lo que significó el muralismo en México:
Voy a dejar que Eduardo Galeano explique lo que significó el muralismo en México:
1924 ciudad
de México
La nacionalización de los muros
La nacionalización de los muros
El arte de caballete invita al
encierro. El mural, en cambio, se ofrece a la multitud que anda. El pueblo es
analfabeto, sí, pero no ciego: Rivera, Orozco y Siqueiros se lanzan al asalto
de las paredes de México. Pintan lo que nunca: sobre la cal húmeda nace un arte
de veras nacional, hijo de la revolución mexicana y de estos tiempos de partos
y funerales.
El muralismo mexicano irrumpe contra
el arte enano, castrado, cobarde, de un país entrenado para negarse.
Súbitamente las naturalezas muertas y los difuntos paisajes se hacen realidades
locamente vivas y los pobres de la tierra se vuelven sujeto de arte y de
historia en vez de objetos de uso, desprecio o compasión.
A los muralistas les llueve
agravios. Elogios, ni uno. Pero ellos continúan, impávidos, trepados a los
andamios, su tarea. Dieciséis horas diarias sin para trabaja Rivera, ojos y
buche de sapo, dientes de pez. Lleva una pistola al cinto: -Para orientar a la
crítica- dice.
Diego Rivera
Pinta a Felipe Carrillo Puerto,
redentor de Yucatán, con un balazo en pleno pecho pero alzado ante el mundo,
resucitado o no enterado de su propia muerte, y pinta a Emiliano Zapata
sublevando pueblo, y pinta al pueblo: todos los pueblos de México, reunidos en
la epopeya del trabajo y la guerra y la fiesta, sobre mil seiscientos metros
cuadrados de paredes de la Secretaria de Educación. Mientras va cubriendo de
colores el mundo, Diego se divierte mintiendo. A quien quiera escucharlo cuenta
mentiras tan colosales como su panza y su pasión de crear y su voracidad de mujerófago
insaciable.
Hace apenas tres años que ha vuelto
de Europa. Allá en Paris, Diego fue pintor de vanguardia y se harto de los
ismos; y cuando ya estaba apagándose, pintando nomás por aburrimiento, llego a
México y recibió las luces de su tierra hasta incendiarse los ojos.
Orozco
Diego Rivera redondea, José Clemente
Orozco afila. Rivera pinta sensualidades, cuerpos de carne de maíz, frutas
voluptuosas; Orozco pinta desesperaciones, cuerpos huesudos y desollados, un
maguey mutilado que sangra. Lo que en Rivera es alegría, en Orozco es tragedia.
En Rivera hay ternura y radiante serenidad; en Orozco, severidad y crispación.
La revolución mexicana de Orozco tiene grandeza, como la de Rivera; pero donde
Rivera nos habla de esperanza, Orozco parece decirnos que sea quien robe el
sagrado fuego a los dioses, lo negara a los hombres.
Siqueiros
Huraño es Orozco, escondido,
turbulento hacia adentro. Espectacular ampuloso, turbulento hacia fuera es
David Alfaro Siqueiros. Orozco practica la pintura como ceremonia de la
soledad. Siqueiros pinta por militancia de la solidaridad. No hay mas ruta que
la nuestra, dice Siqueiros. A la cultura europea, que considera enclenque,
opone su propia energía musculosa. Orozco duda, desconfía de lo que hace.
Siqueiros embiste, seguro de que su patriótica arrogancia no es mala medicina
para un país enfermo de complejos de inferioridad.
«El pueblo
es el héroe de la pintura mural mexicana»
dice Diego Rivera
dice Diego Rivera
La verdadera novedad de la pintura
mexicana, en el sentido en que la iniciamos con Orozco y Siqueiros, fue hacer
del pueblo el héroe de la pintura mural. Hasta entonces los héroes de la
pintura mural habían sido los dioses, los ángeles, los arcángeles, los santos,
los héroes de la guerra, los reyes y emperadores y prelados, los grandes jefes
militares y políticos, apareciendo el pueblo como el coro alrededor de los
personajes estelares de la tragedia…
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