lunes, 1 de julio de 2013

EL DRAGÓN EN LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

   
 “El príncipe del mar tenía un aspecto terrible. Su cuerpo era largo y sinuoso. Sus garras eran poderosas, y su larga cola terminaba en un mechón de pelos… terrible con los enemigos, pero muy amable con los seres buenos y generosos”. (Uraquimataro – Cuento popular japonés).
Uno de los personajes que más seducen durante la infancia, y que siguen siendo fielmente recordados a través de toda la existencia, son los dragones. Estos míticos animales hacen parte del folklore europeo, y en Oriente es uno de los símbolos más importantes de las diversas culturas que lo pueblan, especialmente en China. No se puede concebir la celebración del nuevo año chino sin un dragón que presida el festejo. No obstante, la figura del dragón en Oriente es diferente a la figura occidental. En China este mítico animal es considerado un dios benéfico, celeste, protector; mientras que en Europa representa el mal, el caos, la destrucción, el fin.
En la tradición oral europea el dragón representa las sucesivas invasiones bárbaras. Después de la derrota de Darío III, por parte de Alejandro Magno, derrota que marcó el fin de la invasión persa, Darío III es representado como un dragón bajo la figura de ese mítico animal.
El mito del dragón no sólo pertenece a oriente y a Europa, en las culturas precolombinas, también encontramos leyendas que tienen como protagonista principal a enormes serpientes, versión indígena del dragón:
En el mito mapuche el diluvio es desencadenado por dos enormes serpientes que luchan por el poder. Para los aztecas, el regreso de la serpiente emplumada, Quetzacoalt, significaba el fin de una era y el derrumbe de la clase guerrera, la que ostentaba el poder.
En el Medioevo, la figura del dragón tuvo un lugar muy importante en el folklore europeo y la leyenda del Rey Arturo no podía escapar a su influencia. Una de las tareas de los caballeros de la mesa redonda era precisamente luchar contra él. A diferencia del dragón oriental, el occidental es alado; sin embargo, los dos lanzan fuego por el hocico, esta característica es de gran ayuda para combatir al enemigo o para quemar aldeas:
“Cuando llegó a la corte de Irlanda la noticia de que un feroz dragón estaba asolando las regiones circundantes, Tristán se apresuró a comparecer ante el rey y argumentó que como paladín de Anguín le correspondía a él acabar con aquel monstruo. Protegido con un hechizo de buena suerte echado por Isolda, salió en busca de la guarida del dragón; tan visibles eran las huellas de la destructora rabia del dragón que no tardó en llegar al territorio del que se había enseñoreado la espantosa criatura. En efecto, el ardiente aliento de la bestia había reducido a cenizas a los campos, otrora fértiles y verdes, y un fétido hedor se cernía sobre la tierra como una enorme y nauseabunda nube” (El Rey Arturo y sus Caballeros, de Jules Heller y Deirdre Headon, Grupo Editorial CEAC, S.A., Barcelona, 1990, pág. 104).
En el cuento japonés de Uraquimataro encontramos una variante de la caja de Pandora, y su dueño es un dragón. Cuando el protagonista del relato, Uraquimataro, decide abandonar los reinos profundos de este mítico animal, el dragón le da un obsequio aparentemente humilde, una pequeña caja con la previa advertencia que no debe ser abierta, porque entonces el don que le ha sido conferido desaparecerá. Uraquimataro, como es lógico suponer, desconoce la naturaleza del  don en cuestión, por lo que la curiosidad pudo más que la prudencia, y el pescador termina por abrir el cofrecillo; es cuando se percata del enorme regalo que le había sido otorgado, la eterna juventud, pero con su desobediencia vuelve a ser un mortal como era antes de su descenso a los reinos del príncipe del mar:
“(Uraquimataro) levantó la tapa del cofrecito y un pájaro salió del interior. Remontó el vuelo, y desde lejos se oyó su voz:
- Has perdido el don de la juventud eterna Uraquimataro. Ahora el cuerpo cargará con los años que pasaste en el reino del Dragón del Mar”.
Como es lógico suponer Uraquimataro creía que sólo habían transcurrido unos pocos días en el reino del dragón, cuando en realidad habían pasado varios decenios.
Este deseo de ser eternamente joven ha estado siempre presente en toda la literatura. En el Medioevo era una búsqueda insaciable por parte de los alquimistas, quienes no solamente pretendían encontrar la fórmula mágica que les permitiese la transmutación del mercurio en oro, sino que la piedra filosofal permitiese también lograr una transmutación en el hombre, lo que redundaría en la eterna juventud. Los alquimistas fueron cruelmente perseguidos por la Iglesia, no obstante lograron dejar su huella indeleble en las catedrales góticas, donde muy seguramente participaron en su construcción. Este aspecto es fácilmente comprobable en las decenas de esculturas y gárgolas que las adornan, allí aparecen símbolos utilizados por estos enigmáticos investigadores. Uno de ellos es la salamandra, a quienes consideraban inmune al fuego. Los alquimistas que no fueron perseguidos, o que lograron escapar a las persecuciones, morían en accidentes ocasionados en la manipulación del sulfuro y del mercurio; otros desaparecían misteriosamente, como es el caso de un célebre alquimista francés llamado Nicolás Flamel, quien se ganaba la vida como escribano, pero secretamente se dedicaba a la alquimia. El 17 de enero de 1.382, Flamel habría asegurado haber encontrado la fórmula de la transmutación del mercurio en oro puro. Los documentos del París medieval revelan un extraordinario hecho, Nicolás Flamel y su esposa habrían hecho una donación bastante sorprendente en cualquier época y lugar, ya que donaron 14 hospitales, 3 capillas y 7 iglesias. La pregunta es: ¿Cómo un humilde escribano podría realizar una donación de esta índole? Aunque es de anotar que en la época de Flamel el oficio de escribano gozaba de gran prestigio dadas las connotaciones socioculturales de su tiempo; puesto que en el Medioevo eran muy pocas las personas que sabían leer y escribir, y el acceso al conocimiento estaba reservado para los integrantes del clero, sobre todo a los que ostentaban altos rangos. El pueblo, e incluso la aristocracia, con algunas excepciones, eran analfabetos. Pero los hechos relacionados con este personaje, ya no legendario sino histórico, van más allá de cualquier ficción literaria. El conocimiento y la manipulación de la piedra filosofal le habrían otorgado la búsqueda más anhelada de los alquimistas: la vida eterna. El matrimonio Flamel habría desaparecido misteriosamente de su lugar de habitación y de los lugares que solía frecuentar.
Veinte años después de su misteriosa desaparición, la gente aseguraba haberlos visto en diferentes lugares de Europa, cubiertos con láminas de oro, y como si los años no les hubieran hecho mella. Esta magnífica leyenda resurgiría nuevamente en 1.818, cuando un personaje que se hacía llamar Nicolás Flamel  recorría los cafés parisinos ofreciendo revelar los secretos alquimistas a todo aquel que quisiese escucharlo. Los registros históricos, en cambio, registran que Nicolás Flamel y su esposa están enterrados en la Catedral de Cluny en París. Pero los alquimistas no sólo fueron oscuros personajes, El Bosco, con su obra cumbre “El Jardín de las Delicias”, revela los profundos conocimientos que el pintor tenía de la cábala, de alquimia y del esoterismo. Paracelso era también un alquimista de renombre, y el legado de la alquimia perduraría durante siglos atrapando con su magia a científicos de la talla de Isaac Newton (1.642 – 1.727), aunque él nunca hubiese revelado abiertamente su secreta pasión.
La leyenda de Nicolás Flamel también aparece en la saga de J. K. Rowling, puesto que Harry Potter y su amiga Hermione investigan la vida de este enigmático personaje. Quiero anotar que el libro en cuestión me parece bastante malo, por no decir pésimo; así la industria editorial nos haga creer lo contrario:
“El antiguo estudio de la alquimia está relacionado con el descubrimiento de la Piedra Filosofal, una sustancia legendaria que tiene poderes asombrosos. La Piedra puede transformar cualquier metal en oro puro. También produce el Elíxir de la Vida, que hace inmortal al que lo bebe.
Se ha hablado mucho de la Piedra Filosofal a través de los siglos, pero la única Piedra que existe actualmente pertenece al señor Nicolás Flamel, el notable alquimista y amante de la ópera. El señor Flamel, que cumplió seiscientos sesenta y cinco años el año pasado, lleva una vida tranquila en Devon, con su esposa Perenela (de seiscientos cincuenta y ocho años)”. (Harry Potter y la Piedra Filosofal, J.K. Rowling, Ediciones Salamandra 2000, España, 4ª edición. pág. 184-185).
El legado alquimista, como hemos visto, no quedó en el olvido. “El Retorno de los Brujos”, de Louis Pauwel y Jacques Bergier, hace alusión a este apasionante oficio. Los autores aseguran que en el siglo XVII se les atribuían poderes mágicos a los Rosacruces; como la transmutación de los metales, la prolongación de la vida, el conocimiento de lo que ocurre en lugares ignotos, el conocimiento de las ciencias ocultas y el descubrimiento de los objetos perdidos. Aseguran, además, que algunas declaraciones, o discursos, dados por Einstein u Oppenheimer tienen el mismo tono que el manifiesto de los Rosacrucistas. En una conferencia sobre radioisótopos, celebrada en París en 1.957, el escritor soviético Vladimir Orlof escribía:
“Todos los alquimistas de hoy deben recordar los estatutos de sus predecesores de la Edad Media, estatutos conservados en una biblioteca de París y que proclaman que sólo pueden consagrarse a la alquimia los hombres de corazón puro y elevadas intenciones”. (El Retorno de los Brujos. Louis Pauwel y Jacques Bergier. Plaza & Janés, S.A. Editores Barcelona. 1.970. Pág. 56).
El tema de la inmortalidad es también desarrollado en “El Señor de los Anillos” de Tolkien. El anillo es forjado por Sauron con un metal precioso, el mithril, que sólo se encuentra en las profundidades de la tierra y es custodiado por los enanos. Una vez forjado el anillo adquiere connotaciones mágicas, y quien logre ser su propietario podrá ser el Amo y Señor de la Tierra Media. Sus características principales, además del infinito poder que otorga, es la de volver invisible a quien lo porte en uno de sus dedos, al mismo tiempo que le otorga los dones de la juventud y alarga la vida mucho más allá de lo normal.
La búsqueda de la eterna juventud también hizo parte de grandes y costosas expediciones. Cuando los españoles conquistaron La Florida en el siglo XVI, surgió la leyenda de la Fuente de la Eterna Juventud, y Juan Ponce de León sería el conquistador que saldría en su búsqueda, llegando incluso a afirmar que la había encontrado. En el siglo XIX, Oscar Wilde perseguiría la fuente de la eterna juventud a través de su obra “El Retrato de Dorian Gray”. Y posteriormente sería Virginia Woolf con su extraordinaria novela “Orlando”. Esta idea se ve reflejada en el cuento medieval flamenco “El mercader y el Ángel Negro”, donde se hace patente el deseo de la inmortalidad.
En los cuentos occidentales, como en “La Estatua” de Basile, el dragón es la eterna representación del mal y del dolor. En dicho relato hay una batalla entre el animal y el héroe, el dragón es derrotado por lo que debe huir y no regresar jamás al reino del que ha sido expulsado.
Con frecuencia, los dragones son en verdad brujos o hechiceros que buscan bajo esta temible apariencia vencer al enemigo. Es el caso del dragón que aparece en el mito germano “El Anillo de los Nibelungos”. Sigfrido, héroe mítico, desconoce el miedo, por lo que va en busca de Fafner que habita dentro de una caverna y quien tiene el poder de transformarse en dragón. La lucha es descrita así:
“Sigfrido avanzó cautelosamente, observando los movimientos del dragón, tal como procedía cuando luchaba contra un oso, una pantera o un jabalí… El monstruo lanzó un rugido espantoso, pero el joven no se inmutó. Siguió avanzando con la espada en la diestra, y cuando el dragón se empinó para caer sobre él, retrocedió unos pasos. La fiera cayó pesadamente, y antes de que pudiera recobrarse y ponerse en guardia, Sigfrido avanzó con rapidez fulmínea y le sepultó la espada en la garganta”.
Fafner es en realidad un gigante que posee poderes sobrenaturales y que guarda un yelmo mágico que le permite transformarse en un animal o en un objeto según sea la naturaleza de su deseo.
En la leyenda del rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda, la visión de un dragón puede tener connotaciones premonitorias:
“Cuando llegaron junto al lago, Merlín se acercó a la orilla, extendió los brazos y aspiró profundamente. Luego exhaló el aire junto a las aguas, que se rizaron hasta formar espumantes olas. Después las aguas se separaron y dejaron ver en el fondo del lago dos dragones dormidos: uno tenía la escamada piel de color blanco y el otro de color rojo, pero nadie de los presentes sabía qué significaba aquello.
Como leyendo el pensamiento de los reunidos, Merlín explicó:
El dragón rojo simboliza a los britanos, y el blanco a los sajones. Durante el día las dos criaturas duermen como dos bebés en la misma cuna, pero cuando cae la noche luchan en mortal combate.” (El Rey Arturo y sus Caballeros, op. cit. pág. 10)
Dentro del mismo relato el dragón puede convertirse también en una figura protectora y en un guía espiritual:
“El mago se enfrascó en un libro… Después se levantó y de lo más hondo de su pecho surgió un profundo gruñido y, mientras el gruñido resonaba en su garganta, comenzó a salirle por la boca un humo azul (que) empezó a tomar forma… Arturo vislumbró la forma de una bandera blasonada con el feroz símbolo de un dragón. Arturo, intrigado, se preguntaba cuál sería el significado de todo aquello.
Es tu destino, Arturo – le dijo Merlín en tono solemne -. Acuérdate siempre del dragón y siempre te guiará.”
En esta revelación podemos suponer que el dragón es el Mago Merlín, puesto que él tiene los poderes mágicos que le permiten transformarse en los animales u objetos que desee; y cuando adopta esta figura mítica lo hace con fines claros, bien sea para proteger a Arturo o para luchar contra los enemigos de Camelot.
En otra leyenda medieval, San Jorge y el Dragón, nos encontramos con un caballero que lucha contra un dragón que después de asolar campos y obligar a la gente a huir a la ciudad amurallada, pide finalmente que le sea entregada una joven, so pena de destruir los muros y quemar el villorrio. La hija del rey, en realidad su única hija, se ofrece para salvar a su pueblo, abandona el palacio y en las afueras de la ciudad se encuentra con San Jorge, que a su vez había salido en busca de aventuras; cabe recordar que su condición de caballero lo obliga a ayudarla. En un feroz combate, el dragón sucumbe ante el caballero y en el lugar de la derrota nace un rosal rojo como su sangre. San Jorge, luego de darle muerte al dragón, se dirige triunfante hacia la ciudad amurallada en compañía de la princesa. El rey, agradecido, le pide que se quede con ellos y a su muerte San Jorge es nombrado como su sucesor.
Esta extraordinaria leyenda es recordada en Cataluña cada 23 de abril y sirve como marco para la conmemoración del Día del Idioma, del Libro y del Bibliotecario. La costumbre, en honor a San Jorge y a la Princesa, requiere que los hombres les regalen una rosa a las mujeres, y éstas a su vez deben obsequiarles un libro; pero la conmemoración más importante de la leyenda se revive cuando la figura del dragón es quemada.
En la población catalana de Alcoy, se celebra cada año la fiesta de Moros y Cristianos en honor a San Jorge. Esta festividad conmemora la batalla que libraron los alcoyanos el 23 de abril de 1276, en contra del ejército de los sarracenos,  comandado por Al-Azraq. Esta batalla habría sido ganada por el pueblo de Alcoy, gracias a la milagrosa aparición de San Jorge. Dicha festividad se remonta a varios siglos atrás, la primera de la que se tenga noticia, fue celebrada en el año de 1672.
Pero ¿Quién era en realidad San Jorge? San Jorge era un militar romano convertido al cristianismo; como no renunció a su nueva fe, fue torturado por el emperador romano Dioclesiano, ésto habría acaecido en el año 303. Una de las leyendas catalanas, más difundidas de San Jorge, o Sant Jordi, cuenta que un dragón inmenso y cruel, tenía atemorizados a los habitantes de la villa de Montblanc (la región que hoy se conoce como Cataluña). Para calmar su apetito voraz debían darle cada día un cordero y una doncella, hasta que un día el turno fue para la hija del rey, una hermosa princesa, que tuvo la fortuna de encontrarse a la salida de las murallas con el valiente caballero. Este habría de acompañarla, y una vez en presencia del dragón, lo habría atado con un lazo que ella portaba; por lo que el dragón temible pasó a ser un manso animal y luego San Jorge desenfunda su espada y lo mata, liberando así al pueblo del terrible infortunio que lo había azotado por largo tiempo. Tanto el rey, como la princesa y sus súbditos, se convierten al cristianismo. Esta leyenda daría paso para convertir a San Jorge en el Patrón de Cataluña, y de otras regiones europeas como Inglaterra y Grecia, e incluso en  Georgia, Asia.
Es el caso de la ciudad francesa de Tarascón, desde el Medioevo se le rinde tributo a un animal mitológico, cercano al dragón, conocido como Le Tarasque, La Tarasca. Las fiestas que lo rememoran fueron declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO en el 2005 y en el 2008 fue integrada a la asociación Gigantes y Dragones que agrupa las festividades que tienen lugar sobre el animal en cuestión en Bélgica y Francia. La leyenda de la Tarasca también se lleva a cabo en España.
En “El Dragón de siete Cabezas”, cuento adaptado por Teresa Duran, de un relato que rescata la tradición oral española y realizado por Valeri i Boldú, con el título de “Les Set Cireres” (Las siete Cerezas), se observa a un dragón que posee siete cabezas leoninas, coronadas con diez cuernos. Con patas de águila, alas de murciélago y una cola retorcida y erizada como puntas de dardos. Esta versión se asemeja mucho a la leyenda de San Jorge y el Dragón. No obstante, difiere de la presentación de un personaje que aparece en los cuentos medievales, el perro; el cual es representado como una figura protectora y poseedor de poderes mágicos. También difiere de dicha leyenda, ya que la adaptación hace acopio de diversas leyendas de dragones, en las cuales se narra que para poder matar a uno de ellos, y evitar que renazca nuevamente, es necesario cortarle la lengua; en este caso son siete lenguas las que debe cortar el valiente campesino para poder derrotar al monstruo. Igual que San Jorge, Miguelín, el protagonista del cuento, salva al reino, rescata a la princesa de las garras del dragón y luego la desposa.
En el universo mítico de Tolkien los dragones son encarnaciones de los espíritus malignos de algunos seres como los hombres y los enanos. Cuando se desea luchar contra un dragón, como es lógico suponerlo, se entra en una batalla bastante desigual, puesto que las escamas de sus cuerpos son hechas del hierro más potente. Sus dientes semejan jabalinas, y sus colas pueden aplastar ejércitos enteros. Los dragones alados van siempre en compañía de fuertes vientos, de huracanes que barren todo lo que encuentran a su paso, y los dragones de fuego lanzan enormes llamaradas, quemando todo lo que se les atraviese.
Pero no todos los relatos de dragones nos remiten a leyendas del Medioevo. También hay cuentos contemporáneos que rescatan esta rica tradición literaria. Me refiero a “Escamas de Dragón y Hojas de Sauce”, un hermoso relato infantil, donde su autor, Terryl Givens, nos remonta a la época de reinas y caballeros que luchan con temibles dragones. En otra notable adaptación de un cuento tradicional chino, “La Perla del Dragón”, realizada por Pep Coll, se narran los orígenes de este mítico animal. En este cuento, un niño campesino, bastante pobre, se tropieza con una perla roja, y como es lógico suponerlo, la perla posee poderes mágicos. La casa del niño se convierte en un próspero lugar. La madre es obligada por sus vecinos a revelar el secreto que rodea a su pequeño hijo, quien para evitar que la preciosa piedra le sea robada se la traga. Inmediatamente la sed se apodera de él, el fuego le quema las entrañas, y para apagarlo bebe toda el agua del caserío, y luego la del río, hasta dejarlo seco. Una vez bebida la última gota, el niño comienza a sufrir una sorprendente transformación; su cuerpo se alarga hasta adoptar la figura de un dragón, y  comienza a echar fuego por el hocico. El nuevo dragón ruge a modo de despedida, y se hunde para siempre bajo el lecho del río.
Es importante anotar que en la milenaria cultura china el dragón es considerado una divinidad que protege a la tierra y a los hombres probos, a quienes recompensa con regalos y riquezas; también representa la sapiencia y la equidad.
Pero no todas las obras que hablan de dragones son cuentos o leyendas. También se encuentran obras de teatro como “La Verdadera y singular Historia de la Princesa y el Dragón”, del dramaturgo español J.L. de Santos. Esta obra, escrita inicialmente para niños, se representó durante varios años con gran éxito. Uno de sus aciertos es el parlamento escrito en verso, a la usanza medieval, lo cual confiere un aire renovador a las leyendas que terminaron por ser contadas o leídas en prosa.
En la región cantábrica existe la leyenda del Culebre, un animal mítico, mitad serpiente, mitad dragón, posee alas de murciélago y su aliento es fétido. Aún conserva el gusto por las doncellas y una vez al año suele comerse a una de ellas. Cuenta la leyenda que cuando Santiago iba camino de la ciudad de Compostela se topó con uno de ellos al cual habría dado muerte.
Y para  terminar quiero recordar al español Lolo Rico de Alba, autor  del relato sobre un pequeño dragón que desea fervientemente ser un niño. Me refiero al hermoso texto “Llorón, Hijo de Dragón”. Cuento infantil que rompe con todos los esquemas creados alrededor de los dragones que echan fuego por la boca, que destruyen poblados y que raptan princesas.



EXTRAÍDO DE ELESPECTADOR.COM

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