Uno de los personajes que más seducen durante la infancia, y que
siguen siendo fielmente recordados a través de toda la existencia, son los
dragones. Estos míticos animales hacen parte del folklore europeo, y en Oriente
es uno de los símbolos más importantes de las diversas culturas que lo pueblan,
especialmente en China. No se puede concebir la celebración del nuevo año chino
sin un dragón que presida el festejo. No obstante, la figura del dragón en
Oriente es diferente a la figura occidental. En China este mítico animal es
considerado un dios benéfico, celeste, protector; mientras que en Europa
representa el mal, el caos, la destrucción, el fin.
En la tradición oral europea el dragón representa las sucesivas
invasiones bárbaras. Después de la derrota de Darío III, por parte de Alejandro
Magno, derrota que marcó el fin de la invasión persa, Darío III es representado
como un dragón bajo la figura de ese mítico animal.
El mito del dragón no sólo pertenece a oriente y a Europa, en
las culturas precolombinas, también encontramos leyendas que tienen como
protagonista principal a enormes serpientes, versión indígena del dragón:
En el mito mapuche el diluvio es desencadenado por dos enormes
serpientes que luchan por el poder. Para los aztecas, el regreso de la serpiente
emplumada, Quetzacoalt, significaba el fin de una era y el derrumbe de la clase
guerrera, la que ostentaba el poder.
En el Medioevo, la figura del dragón tuvo un lugar muy
importante en el folklore europeo y la leyenda del Rey Arturo no podía escapar a
su influencia. Una de las tareas de los caballeros de la mesa redonda era
precisamente luchar contra él. A diferencia del dragón oriental, el occidental
es alado; sin embargo, los dos lanzan fuego por el hocico, esta característica
es de gran ayuda para combatir al enemigo o para quemar aldeas:
“Cuando llegó a la corte de Irlanda la noticia de que un feroz
dragón estaba asolando las regiones circundantes, Tristán se apresuró a
comparecer ante el rey y argumentó que como paladín de Anguín le correspondía a
él acabar con aquel monstruo. Protegido con un hechizo de buena suerte echado
por Isolda, salió en busca de la guarida del dragón; tan visibles eran las
huellas de la destructora rabia del dragón que no tardó en llegar al territorio
del que se había enseñoreado la espantosa criatura. En efecto, el ardiente
aliento de la bestia había reducido a cenizas a los campos, otrora fértiles y
verdes, y un fétido hedor se cernía sobre la tierra como una enorme y
nauseabunda nube” (El Rey Arturo y sus Caballeros, de Jules Heller y Deirdre
Headon, Grupo Editorial CEAC, S.A., Barcelona, 1990, pág. 104).
En el cuento japonés de Uraquimataro encontramos una variante de
la caja de Pandora, y su dueño es un dragón. Cuando el protagonista del relato,
Uraquimataro, decide abandonar los reinos profundos de este mítico animal, el
dragón le da un obsequio aparentemente humilde, una pequeña caja con la previa
advertencia que no debe ser abierta, porque entonces el don que le ha sido
conferido desaparecerá. Uraquimataro, como es lógico suponer, desconoce la
naturaleza del don en cuestión, por lo que la curiosidad pudo más que la
prudencia, y el pescador termina por abrir el cofrecillo; es cuando se percata
del enorme regalo que le había sido otorgado, la eterna juventud, pero con su
desobediencia vuelve a ser un mortal como era antes de su descenso a los reinos
del príncipe del mar:
“(Uraquimataro) levantó la tapa del cofrecito y un pájaro salió
del interior. Remontó el vuelo, y desde lejos se oyó su voz:
- Has perdido el don de la juventud eterna Uraquimataro. Ahora
el cuerpo cargará con los años que pasaste en el reino del Dragón del Mar”.
Como es lógico suponer Uraquimataro creía que sólo habían
transcurrido unos pocos días en el reino del dragón, cuando en realidad habían
pasado varios decenios.
Este deseo de ser eternamente joven ha estado siempre presente
en toda la literatura. En el Medioevo era una búsqueda insaciable por parte de
los alquimistas, quienes no solamente pretendían encontrar la fórmula mágica
que les permitiese la transmutación del mercurio en oro, sino que la piedra
filosofal permitiese también lograr una transmutación en el hombre, lo que
redundaría en la eterna juventud. Los alquimistas fueron cruelmente perseguidos
por la Iglesia, no obstante lograron dejar su huella indeleble en las
catedrales góticas, donde muy seguramente participaron en su construcción. Este
aspecto es fácilmente comprobable en las decenas de esculturas y gárgolas que
las adornan, allí aparecen símbolos utilizados por estos enigmáticos investigadores.
Uno de ellos es la salamandra, a quienes consideraban inmune al fuego. Los
alquimistas que no fueron perseguidos, o que lograron escapar a las
persecuciones, morían en accidentes ocasionados en la manipulación del sulfuro
y del mercurio; otros desaparecían misteriosamente, como es el caso de un
célebre alquimista francés llamado Nicolás Flamel, quien se ganaba la vida como
escribano, pero secretamente se dedicaba a la alquimia. El 17 de enero de
1.382, Flamel habría asegurado haber encontrado la fórmula de la transmutación
del mercurio en oro puro. Los documentos del París medieval revelan un
extraordinario hecho, Nicolás Flamel y su esposa habrían hecho una donación
bastante sorprendente en cualquier época y lugar, ya que donaron 14 hospitales,
3 capillas y 7 iglesias. La pregunta es: ¿Cómo un humilde escribano podría
realizar una donación de esta índole? Aunque es de anotar que en la época de
Flamel el oficio de escribano gozaba de gran prestigio dadas las connotaciones
socioculturales de su tiempo; puesto que en el Medioevo eran muy pocas las
personas que sabían leer y escribir, y el acceso al conocimiento estaba
reservado para los integrantes del clero, sobre todo a los que ostentaban altos
rangos. El pueblo, e incluso la aristocracia, con algunas excepciones, eran
analfabetos. Pero los hechos relacionados con este personaje, ya no legendario
sino histórico, van más allá de cualquier ficción literaria. El conocimiento y
la manipulación de la piedra filosofal le habrían otorgado la búsqueda más anhelada
de los alquimistas: la vida eterna. El matrimonio Flamel habría desaparecido
misteriosamente de su lugar de habitación y de los lugares que solía
frecuentar.
Veinte años después de su misteriosa desaparición, la gente
aseguraba haberlos visto en diferentes lugares de Europa, cubiertos con láminas
de oro, y como si los años no les hubieran hecho mella. Esta magnífica leyenda
resurgiría nuevamente en 1.818, cuando un personaje que se hacía llamar Nicolás
Flamel recorría los cafés parisinos ofreciendo revelar los secretos
alquimistas a todo aquel que quisiese escucharlo. Los registros históricos, en
cambio, registran que Nicolás Flamel y su esposa están enterrados en la
Catedral de Cluny en París. Pero los alquimistas no sólo fueron oscuros
personajes, El Bosco, con su obra cumbre “El Jardín de las Delicias”, revela
los profundos conocimientos que el pintor tenía de la cábala, de alquimia y del
esoterismo. Paracelso era también un alquimista de renombre, y el legado de la
alquimia perduraría durante siglos atrapando con su magia a científicos de la
talla de Isaac Newton (1.642 – 1.727), aunque él nunca hubiese revelado
abiertamente su secreta pasión.
La leyenda de Nicolás Flamel también aparece en la saga de J. K.
Rowling, puesto que Harry Potter y su amiga Hermione investigan la vida de este
enigmático personaje. Quiero anotar que el libro en cuestión me parece bastante
malo, por no decir pésimo; así la industria editorial nos haga creer lo
contrario:
“El antiguo estudio de la alquimia está relacionado con el
descubrimiento de la Piedra Filosofal, una sustancia legendaria que tiene
poderes asombrosos. La Piedra puede transformar cualquier metal en oro puro.
También produce el Elíxir de la Vida, que hace inmortal al que lo bebe.
Se ha hablado mucho de la Piedra Filosofal a través de los
siglos, pero la única Piedra que existe actualmente pertenece al señor Nicolás
Flamel, el notable alquimista y amante de la ópera. El señor Flamel, que
cumplió seiscientos sesenta y cinco años el año pasado, lleva una vida tranquila
en Devon, con su esposa Perenela (de seiscientos cincuenta y ocho años)”.
(Harry Potter y la Piedra Filosofal, J.K. Rowling, Ediciones Salamandra 2000,
España, 4ª edición. pág. 184-185).
El legado alquimista, como hemos visto, no quedó en el olvido.
“El Retorno de los Brujos”, de Louis Pauwel y Jacques Bergier, hace alusión a
este apasionante oficio. Los autores aseguran que en el siglo XVII se les
atribuían poderes mágicos a los Rosacruces; como la transmutación de los
metales, la prolongación de la vida, el conocimiento de lo que ocurre en
lugares ignotos, el conocimiento de las ciencias ocultas y el descubrimiento de
los objetos perdidos. Aseguran, además, que algunas declaraciones, o discursos,
dados por Einstein u Oppenheimer tienen el mismo tono que el manifiesto de los
Rosacrucistas. En una conferencia sobre radioisótopos, celebrada en París en
1.957, el escritor soviético Vladimir Orlof escribía:
“Todos los alquimistas de hoy deben recordar los estatutos de
sus predecesores de la Edad Media, estatutos conservados en una biblioteca de
París y que proclaman que sólo pueden consagrarse a la alquimia los hombres de
corazón puro y elevadas intenciones”. (El Retorno de los Brujos. Louis Pauwel y
Jacques Bergier. Plaza & Janés, S.A. Editores Barcelona. 1.970. Pág. 56).
El tema de la inmortalidad es también desarrollado en “El Señor
de los Anillos” de Tolkien. El anillo es forjado por Sauron con un metal
precioso, el mithril, que sólo se encuentra en las profundidades de la tierra y
es custodiado por los enanos. Una vez forjado el anillo adquiere connotaciones
mágicas, y quien logre ser su propietario podrá ser el Amo y Señor de la Tierra
Media. Sus características principales, además del infinito poder que otorga,
es la de volver invisible a quien lo porte en uno de sus dedos, al mismo tiempo
que le otorga los dones de la juventud y alarga la vida mucho más allá de lo
normal.
La búsqueda de la eterna juventud también hizo parte de grandes
y costosas expediciones. Cuando los españoles conquistaron La Florida en el
siglo XVI, surgió la leyenda de la Fuente de la Eterna Juventud, y Juan Ponce
de León sería el conquistador que saldría en su búsqueda, llegando incluso a
afirmar que la había encontrado. En el siglo XIX, Oscar Wilde perseguiría la
fuente de la eterna juventud a través de su obra “El Retrato de Dorian Gray”. Y
posteriormente sería Virginia Woolf con su extraordinaria novela “Orlando”.
Esta idea se ve reflejada en el cuento medieval flamenco “El mercader y el
Ángel Negro”, donde se hace patente el deseo de la inmortalidad.
En los cuentos occidentales, como en “La Estatua” de Basile, el
dragón es la eterna representación del mal y del dolor. En dicho relato hay una
batalla entre el animal y el héroe, el dragón es derrotado por lo que debe huir
y no regresar jamás al reino del que ha sido expulsado.
Con frecuencia, los dragones son en verdad brujos o hechiceros
que buscan bajo esta temible apariencia vencer al enemigo. Es el caso del
dragón que aparece en el mito germano “El Anillo de los Nibelungos”. Sigfrido,
héroe mítico, desconoce el miedo, por lo que va en busca de Fafner que habita
dentro de una caverna y quien tiene el poder de transformarse en dragón. La
lucha es descrita así:
“Sigfrido avanzó cautelosamente, observando los movimientos del
dragón, tal como procedía cuando luchaba contra un oso, una pantera o un
jabalí… El monstruo lanzó un rugido espantoso, pero el joven no se inmutó.
Siguió avanzando con la espada en la diestra, y cuando el dragón se empinó para
caer sobre él, retrocedió unos pasos. La fiera cayó pesadamente, y antes de que
pudiera recobrarse y ponerse en guardia, Sigfrido avanzó con rapidez fulmínea y
le sepultó la espada en la garganta”.
Fafner es en realidad un gigante que posee poderes
sobrenaturales y que guarda un yelmo mágico que le permite transformarse en un
animal o en un objeto según sea la naturaleza de su deseo.
En la leyenda del rey Arturo y los Caballeros de la Mesa
Redonda, la visión de un dragón puede tener connotaciones premonitorias:
“Cuando llegaron junto al lago, Merlín se acercó a la orilla,
extendió los brazos y aspiró profundamente. Luego exhaló el aire junto a las
aguas, que se rizaron hasta formar espumantes olas. Después las aguas se
separaron y dejaron ver en el fondo del lago dos dragones dormidos: uno tenía
la escamada piel de color blanco y el otro de color rojo, pero nadie de los
presentes sabía qué significaba aquello.
Como leyendo el pensamiento de los reunidos, Merlín explicó:
El dragón rojo simboliza a los britanos, y el blanco a los
sajones. Durante el día las dos criaturas duermen como dos bebés en la misma
cuna, pero cuando cae la noche luchan en mortal combate.” (El Rey Arturo y sus
Caballeros, op. cit. pág. 10)
Dentro del mismo relato el dragón puede convertirse también en
una figura protectora y en un guía espiritual:
“El mago se enfrascó en un libro… Después se levantó y de lo más
hondo de su pecho surgió un profundo gruñido y, mientras el gruñido resonaba en
su garganta, comenzó a salirle por la boca un humo azul (que) empezó a tomar
forma… Arturo vislumbró la forma de una bandera blasonada con el feroz símbolo
de un dragón. Arturo, intrigado, se preguntaba cuál sería el significado de
todo aquello.
Es tu destino, Arturo – le dijo Merlín en tono solemne -.
Acuérdate siempre del dragón y siempre te guiará.”
En esta revelación podemos suponer que el dragón es el Mago
Merlín, puesto que él tiene los poderes mágicos que le permiten transformarse
en los animales u objetos que desee; y cuando adopta esta figura mítica lo hace
con fines claros, bien sea para proteger a Arturo o para luchar contra los
enemigos de Camelot.
En otra leyenda medieval, San Jorge y el Dragón, nos encontramos
con un caballero que lucha contra un dragón que después de asolar campos y
obligar a la gente a huir a la ciudad amurallada, pide finalmente que le sea
entregada una joven, so pena de destruir los muros y quemar el villorrio. La
hija del rey, en realidad su única hija, se ofrece para salvar a su pueblo,
abandona el palacio y en las afueras de la ciudad se encuentra con San Jorge,
que a su vez había salido en busca de aventuras; cabe recordar que su condición
de caballero lo obliga a ayudarla. En un feroz combate, el dragón sucumbe ante
el caballero y en el lugar de la derrota nace un rosal rojo como su sangre. San
Jorge, luego de darle muerte al dragón, se dirige triunfante hacia la ciudad
amurallada en compañía de la princesa. El rey, agradecido, le pide que se quede
con ellos y a su muerte San Jorge es nombrado como su sucesor.
Esta extraordinaria leyenda es recordada en Cataluña cada 23 de
abril y sirve como marco para la conmemoración del Día del Idioma, del Libro y
del Bibliotecario. La costumbre, en honor a San Jorge y a la Princesa, requiere
que los hombres les regalen una rosa a las mujeres, y éstas a su vez deben
obsequiarles un libro; pero la conmemoración más importante de la leyenda se
revive cuando la figura del dragón es quemada.
En la población catalana de Alcoy, se celebra cada año la fiesta
de Moros y Cristianos en honor a San Jorge. Esta festividad conmemora la
batalla que libraron los alcoyanos el 23 de abril de 1276, en contra del
ejército de los sarracenos, comandado por Al-Azraq. Esta batalla habría
sido ganada por el pueblo de Alcoy, gracias a la milagrosa aparición de San
Jorge. Dicha festividad se remonta a varios siglos atrás, la primera de la que
se tenga noticia, fue celebrada en el año de 1672.
Pero ¿Quién era en realidad San Jorge? San Jorge era un militar
romano convertido al cristianismo; como no renunció a su nueva fe, fue
torturado por el emperador romano Dioclesiano, ésto habría acaecido en el año
303. Una de las leyendas catalanas, más difundidas de San Jorge, o Sant Jordi,
cuenta que un dragón inmenso y cruel, tenía atemorizados a los habitantes de la
villa de Montblanc (la región que hoy se conoce como Cataluña). Para calmar su
apetito voraz debían darle cada día un cordero y una doncella, hasta que un día
el turno fue para la hija del rey, una hermosa princesa, que tuvo la fortuna de
encontrarse a la salida de las murallas con el valiente caballero. Este habría
de acompañarla, y una vez en presencia del dragón, lo habría atado con un lazo
que ella portaba; por lo que el dragón temible pasó a ser un manso animal y
luego San Jorge desenfunda su espada y lo mata, liberando así al pueblo del
terrible infortunio que lo había azotado por largo tiempo. Tanto el rey, como
la princesa y sus súbditos, se convierten al cristianismo. Esta leyenda daría
paso para convertir a San Jorge en el Patrón de Cataluña, y de otras regiones
europeas como Inglaterra y Grecia, e incluso en Georgia, Asia.
Es el caso de la ciudad francesa de Tarascón, desde el Medioevo
se le rinde tributo a un animal mitológico, cercano al dragón, conocido como Le
Tarasque, La Tarasca. Las fiestas que lo rememoran fueron declaradas patrimonio
de la humanidad por la UNESCO en el 2005 y en el 2008 fue integrada a
la asociación Gigantes y Dragones que agrupa las festividades que tienen
lugar sobre el animal en cuestión en Bélgica y Francia. La leyenda de la
Tarasca también se lleva a cabo en España.
En “El Dragón de siete Cabezas”, cuento adaptado por Teresa
Duran, de un relato que rescata la tradición oral española y realizado por
Valeri i Boldú, con el título de “Les Set Cireres” (Las siete Cerezas), se
observa a un dragón que posee siete cabezas leoninas, coronadas con diez
cuernos. Con patas de águila, alas de murciélago y una cola retorcida y erizada
como puntas de dardos. Esta versión se asemeja mucho a la leyenda de San Jorge
y el Dragón. No obstante, difiere de la presentación de un personaje que
aparece en los cuentos medievales, el perro; el cual es representado como una
figura protectora y poseedor de poderes mágicos. También difiere de dicha
leyenda, ya que la adaptación hace acopio de diversas leyendas de dragones, en
las cuales se narra que para poder matar a uno de ellos, y evitar que renazca
nuevamente, es necesario cortarle la lengua; en este caso son siete lenguas las
que debe cortar el valiente campesino para poder derrotar al monstruo. Igual
que San Jorge, Miguelín, el protagonista del cuento, salva al reino, rescata a
la princesa de las garras del dragón y luego la desposa.
En el universo mítico de Tolkien los dragones son encarnaciones
de los espíritus malignos de algunos seres como los hombres y los enanos.
Cuando se desea luchar contra un dragón, como es lógico suponerlo, se entra en
una batalla bastante desigual, puesto que las escamas de sus cuerpos son hechas
del hierro más potente. Sus dientes semejan jabalinas, y sus colas pueden
aplastar ejércitos enteros. Los dragones alados van siempre en compañía de
fuertes vientos, de huracanes que barren todo lo que encuentran a su paso, y
los dragones de fuego lanzan enormes llamaradas, quemando todo lo que se les
atraviese.
Pero no todos los relatos de dragones nos remiten a leyendas del
Medioevo. También hay cuentos contemporáneos que rescatan esta rica tradición
literaria. Me refiero a “Escamas de Dragón y Hojas de Sauce”, un hermoso relato
infantil, donde su autor, Terryl Givens, nos remonta a la época de reinas y
caballeros que luchan con temibles dragones. En otra notable adaptación de un
cuento tradicional chino, “La Perla del Dragón”, realizada por Pep Coll, se
narran los orígenes de este mítico animal. En este cuento, un niño campesino,
bastante pobre, se tropieza con una perla roja, y como es lógico suponerlo, la
perla posee poderes mágicos. La casa del niño se convierte en un próspero
lugar. La madre es obligada por sus vecinos a revelar el secreto que rodea a su
pequeño hijo, quien para evitar que la preciosa piedra le sea robada se la
traga. Inmediatamente la sed se apodera de él, el fuego le quema las entrañas,
y para apagarlo bebe toda el agua del caserío, y luego la del río, hasta
dejarlo seco. Una vez bebida la última gota, el niño comienza a sufrir una
sorprendente transformación; su cuerpo se alarga hasta adoptar la figura de un
dragón, y comienza a echar fuego por el hocico. El nuevo dragón ruge a
modo de despedida, y se hunde para siempre bajo el lecho del río.
Es importante anotar que en la milenaria cultura china el dragón
es considerado una divinidad que protege a la tierra y a los hombres probos, a
quienes recompensa con regalos y riquezas; también representa la sapiencia y la
equidad.
Pero no todas las obras que hablan de dragones son cuentos o
leyendas. También se encuentran obras de teatro como “La Verdadera y singular
Historia de la Princesa y el Dragón”, del dramaturgo español J.L. de Santos.
Esta obra, escrita inicialmente para niños, se representó durante varios años
con gran éxito. Uno de sus aciertos es el parlamento escrito en verso, a la
usanza medieval, lo cual confiere un aire renovador a las leyendas que
terminaron por ser contadas o leídas en prosa.
En la región cantábrica existe la leyenda del Culebre, un animal
mítico, mitad serpiente, mitad dragón, posee alas de murciélago y su aliento es
fétido. Aún conserva el gusto por las doncellas y una vez al año suele comerse
a una de ellas. Cuenta la leyenda que cuando Santiago iba camino de la ciudad
de Compostela se topó con uno de ellos al cual habría dado muerte.
Y
para terminar quiero recordar al español Lolo Rico de Alba, autor
del relato sobre un pequeño dragón que desea fervientemente ser un
niño. Me refiero al hermoso texto “Llorón, Hijo de Dragón”. Cuento
infantil que rompe con todos los esquemas creados alrededor de los dragones que
echan fuego por la boca, que destruyen poblados y que raptan princesas.
EXTRAÍDO DE ELESPECTADOR.COM
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