lunes, 26 de agosto de 2013

La muerte del Che por Julio Cortázar

En un nuevo aniversario del natalicio de Julio Cortázar quiero compartir con ustedes  las primeras reacciones que tuvo el escritor cuando se entero de la muerte del Che.
   Reacciono como el podía hacerlo, escribiendo una carta a su grandes amigos Adelaida y Roberto y dedicándole un poema a este gran Latinoamericano que fue el Che
   De esta forma se juntaron por un momento estos dos grandes hombres que son tan importantes para nuestra historia y para nuestra identidad
     


París, 29 de octubre de 1967
Roberto, Adelaida, mis muy queridos:
Anoche volví a París desde Argel. Sólo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadi­lla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos ca­bles y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. En­tonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiem­po de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las fra­ses. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperada­mente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me que­da más que el silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié ese texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como si uno pudiera sacarse las pala­bras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Li­sandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me impor­ta; en todo caso tú sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organi­zación internacional. Y todo esto que te cuento también me aver­güenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos.

CHE
Yo tuve un hermano. No nos vimos nunca
Pero no importaba. Yo tuve un hermano 
que iba por los montes 
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo 
le tomé su voz
libre como el agua, 
caminé de a ratos 
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba, 
mi hermano despierto 
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche 
su estrella elegida.

Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,
Julio




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