Quiero compartir con ustedes este hermoso cuento del escritor ruso Tolstói, que cuenta como son recompensados la buena voluntad y la sencillez, valores que están por encima de la codicia y la prepotencia, es un cuento del cual podemos sacar muchas enseñanzas en el mundo actual. Les dejo un vídeo donde se lee la obra
En un reino de cierto país,
vivía un rico mujik. Tenía tres hijos, Semión el Guerrero, Taras el Panzudo e
Iván el Imbécil; y una hija muda, a la que llamaban Melania.
Semión el Guerrero fué a luchar por el zar. Taras se marchó a la ciudad, a
trabajar en casa de un mercader; e Iván se quedó, tranquilamente, con la
llamaban Melania.
Semión "el Guerrero" consiguió un alto grado y un feudo, en
recompensa de sus servicios; y tomó por esposa a la hija de un barín. Cobraba
un gran sueldo y sus dominios eran vastos. Pero nada le bastaban, ya que lo que
él amontonaba, lo echaba al viento, a manos llenas, su mujer, y siempre estaba
a la cuarta pregunta. Un día, Semión debía ir a sus tierras, a cobrar las
rentas; pero su administrador le dijo:
-Nada hay que cobrar: no tenemos ganado, ni caballos, ni arados; es preciso
comprarlo todo. Entonces habrá rentas.
Semión el Guerrero marchó a casa de su padre, el mujik, y le dijo:
-Tú eres rico; pero nada me diste. Vengo a que me des el tercio que me
corresponde. Voy a emplearlo en mis tierras.
-Nada trajiste a casa. ¿Por qué te iba a dar yo la tercera parte? Si lo hiciera
así, perjudicaría a Iván y a la muchacha -respondió el anciano.
-Iván es imbécil y Melania, muda. ¿Qué necesidades tienen?
-Haremos lo que diga Iván.
-Bueno; que se lleve su parte -exclamó éste.
Y Semión el Guerrero cogió una parte del patrimonio, que empleó en sus tierras,
y volvió a servir al zar.
Taras el Panzudo también había ganado mucho dinero; se había casado con la hija
de un mercader; pero ni aun así les sobraba nada.
Un día fue a ver a su padre y le dijo:
-Dame mi parte.
Al principio, el viejo no quiso dar a Taras lo que le pedía.
-Nada trajiste a casa. Lo que tenemos, todo lo ha ganado Iván. No debemos
perjudicarle ni tampoco a la muchacha.
-¿De qué le serviría el dinero a Iván? -replicó Taras-. Es imbécil, no podrá-
casarse. Ninguna mujer lo querrá para marido. Y una muchacha muda no tiene
necesidades. Iván: dame la mitad del trigo. No te cogeré ningún apero de
labranza. Y en cuanto al ganado, sólo quiero el caballo gris, que no empleas
para el trabajo.
-Bueno -asintió Iván, echándose a reír.
Así fué como Taras obtuvo también su parte. Se llevó el trigo a la ciudad y
montó el caballo gris. Iván se quedó tan sólo con una yegua vieja para labrar
la tierra.
Capítulo
II
El viejo diablo estaba muy disgustado porque los tres hermanos no
habían reñido al hacer las particiones y se habían separado siendo buenos
amigos. Llamó entonces a tres diablillos, y les dijo:
-Escuchad; hay tres hermanos, Semión el Guerrero, Taras el Panzudo e Iván el
Imbécil. Convendría que riñesen; pero viven en la más perfecta armonía... Es
Iván el Imbécil quien ha echado a perder las cosas. Debéis ir a cogerlos y
lograr que se peleen, hasta el punto de que se salten los ojos. ¿Sois capaces
de hacerlo?
-Sí -contestaron los diablillos.
-¿Cómo lo conseguiréis?
-Empezaremos por arruinarlos, para que no tengan qué comer; luego, los
reuniremos y se enemistarán.
-¡Muy bien! -exclamó el diablo-. Veo que habéis comprendido de lo que se trata.
Marchaos y no volváis hasta que hayáis enemistado a los tres hermanos. De lo
contrario, os despellejaré.
Los diablillos se fueron a su lodazal, donde discutieron sobre lo que tenían
que hacer. La discusión duró mucho. Cada cual quería reservarse la tarea más
fácil. Acabaron por echar a suertes, para ver lo que correspondería a cada
cual, conviniendo, al fin, que si uno acabara su obra antes que los demás,
debería acudir en ayuda de sus compañeros. Después de sortear, fijaron el día
en que se reunirían de nuevo, para saber quién había terminado su trabajo y a
quién tendrían que ayudar.
Llegó el día convenido y, según habían quedado, los tres diablillos se
reunieron en el lodazal. Se pusieron a discutir sus asuntos. Primeramente, se
habló de Semión.
-Mi tarea va bien encauzada. Mañana irá Semión a casa de su padre.
Los otros dos diablillos preguntaron a su compañero cómo se las había
arreglado.
-Lo primero que hice fué infundir a Semión tanto valor, que llegó a prometer al
zar que conquistaría el mundo entero. Entonces, el zar lo nombró general en
jefe de su ejército y lo envió a luchar contra el soberano de la India. Los
ejércitos se encontraban ya uno frente a otro. Aquella noche humedecí la
pólvora en el campamento de Semión y luego fui al campamento del soberano indio
y le hice soldados de paja. Al ver que por doquier avanzaban soldados de paja,
las tropas de Semión tuvieron miedo. Entonces, éste ordenó que se hiciera fuego;
pero ni los cañones ni los fusiles dispararon. Esto hundió a Semión. Le han
quitado sus bienes y se disponen a fusilarlo mañana. Ya me falta poco que
hacer: sólo he de sacarlo de la cárcel para que vaya a su casa. Mañana quedará
todo listo. Decidme a cuál de vosotros debo ayudar.
El segundo diablillo habló de Taras.
-Mi asunto va por buen camino. No necesito ninguna ayuda. Antes que transcurran
ocho días la situación de Taras cambiará por completo. En primer lugar, tuve
buen cuidado de que le engordara bien su barriga y de que aumentara su deseo de
obtener ganancias. Su codicia llegó hasta tal punto, que deseaba adquirir
cuanto veía. Ha logrado muchas cosas ya, con su dinero, y aún sigue comprando.
Pero ahora ya con dinero que ha tomado a préstamo. Es tal la carga que lleva a
cuestas y está tan enredado, que no será capaz de desenredarse. Sus créditos
vencen dentro de ocho. días y he transformado sus mercancías en estiércol. No
podrá pagar y tendrá que ir a casa de su padre.
Preguntaron al tercer diablillo qué tal le iba en su empresa.
-¿Qué queréis que os diga? Mi asunto no marcha bien. Empecé por escupir dentro
del barril de kvas de Iván para que le doliese el vientre. Fui a sus tierras y
las endurecí, hasta dejarlas más duras que las piedras, para que no podiese
trabajar. Me imaginé que no podría labrarlas; pero él, el imbécil, ha llegado
con su arado y se ha puesto a desmenuzar los terrones. Lo hacía con todas las
fuerzas de su alma y no cejaba en su empeño. Entonces, le rompí el arado. Fue a
su casa y, cogiendo otro nuevo, volvió a labrar. Me introduje en la tierra y
procuré sujetarle la reja; pero no pude detenerla. Iván el Imbécil empujaba el
arado sin cesar; y, como la reja está aguzada, me ensangrenté las manos. Ha
labrado casi todo el campo... Sólo le queda una franja. Venid, hermanos, a
ayudarme, pues si no conseguimos vencerle, nuestros esfuerzos serán inútiles.
Si Iván el Imbécil continúa trabajando, ninguno de ellos conocerá la miseria,
porque mantendrá a los demás.
El diablillo de Semión el Guerrero prometió que volvería al día siguiente.
Después de esto se separaron.
Capítulo III
Iván el Imbécil había labrado todo el campo salvo una franja, y fue
a terminar su faena. Le dolía el vientre, pero tenía que labrar. Después de
limpiar el arado y de darle la vuelta, empezó un surco. Pero apenas había
introducido la reja en la tierra, sintió que se le había atascado en una raíz.
Era el diablillo quien la retenía.
«¡Qué raro! -pensó Iván-. No había por aquí ni la más pequeña raíz, y ahora
sale una."
Metiendo la mano en el surco, sondeó hasta dar con algo blando que asió y
arrojó de allí. Era una cosa negra como una raíz, pero se movía.
-¡Vaya! Un diablillo vivo. ¡Qué bicho tan asqueroso!
Al decir esto, hizo ademán de romperle la cabeza contra el suelo.
-No me aplastes y haré cuanto me pidas -exclamó el diablillo.
-¿Qué podrías hacer por mí?
-Todo lo que quieras. No tienes más que pedir.
Iván el Imbécil se rascó la cabeza.
-Me duele el vientre. ¿Podrías curarme?
-Desde luego.
-Pues hazlo.
El diablo se volvió hacia el, surco, cavó con las garras, extrajo una raíz de
tres puntas que tendió a Iván.
-Ten; Basta tragar una de esas puntas para que desaparezca todo mal.
Arrancando una de ellas, Iván se la tragó. Y acto seguido sintió que se le
había pasado el dolor.
-Suéltame -se apresuró a rogar el diablillo-. Me hundiré en la tierra y ya no
me pasearé más por encima de ella.
-Bueno, vete con Dios.
En cuanto Iván pronunció la palabra Dios, el diablillo se hundió en la tierra,
como una piedra en el agua, y sólo quedó un agujero.
Iván guardó en la gorra las otras dos puntas de la raíz y reanudó su faena. Una
vez terminado el surco, dio la vuelta al arado y regresó a su casa.
Desenganchó los animales y entró en la isba. Allí estaba Semión el Guerrero, su
hermano mayor, con su mujer, sentados ante la mesa, esperando la comida. Le
habían quitado sus bienes y a duras penas había logrado huir de la cárcel, para
refugiarse en casa de sus padres.
-He venido a vivir contigo. Tendrás que mantenernos a mi mujer y a mí hasta que
encuentre medios para salir adelante -dijo, en cuanto vió a Iván.
-Bueno; podéis vivir en paz aquí.
Cuando Iván el Imbécil fué a sentarse en uno de los bancos, la mujer de su
hermano, molesta por el mal olor que despedía, dijo a Semión:
-No puedo comer con un mujik que apesta.
Semión el Guerrero se dirigió a su hermano:
-Mi mujer dice que hueles mal. Es mejor que comas en el zaguán.
-Bueno, precisamente anochece y es hora de echar pienso a la yegua.
E Iván el Imbécil, cogiendo su caftán y una rebanada de pan, fué a ver si todo
había quedado en orden.
Capítulo IV
Cuando el diablillo de Semión el Guerrero quedó libre, acudió en
ayuda del de Iván el Imbécil, para vencer a éste, tal y como habían convenido.
Fué a buscar a su compañero al campo; pero no vió a nadie en ninguna parte.
Unicamente, encontró un agujero.
"¡Caramba! ¿Le habrá Ocurrido algo a mi compañero? Hay que sustituirlo.
Pero toda la tierra está ya labrada y tendré que atrapar a Iván el Imbécil
cuando se ponga a segar."
El diablillo se fué al prado y lo cubrió con una capa de barro.
Al amanecer, Iván el Imbécil se despertó, tomó la guadaña y se fué al prado.
Una vez allí, empezó a segar; pero la guadaña se resistía, no cortaba. Era
preciso afilarla.
"Iré a casa, cogeré una piedra de afilar y, de paso me traeré el pan
-pensó- Aunque. tenga que estar aquí ocho días, no me moveré hasta que lo haya
segado todo", se dijo.
El diablillo, que había oído pronunciar esas palabras, empezó a meditar.
"Qué testarudo es Iván el Imbécil. Trabajo me va a costar salirme con la
mía. Tendré que buscar otros medios."
Iván el Imbécil afiló la guadaña y volvió a la siega.
Deslizándose por la hierba, el diablillo empujó la punta para clavarla en el
suelo. Le había sido difícil a Iván; pero ya llegaba al fin; sólo le faltaba una
franja, a orillas del lodazal. El diablillo se sumergió en él.
Iván el Imbécil se dirigió a la orilla del lodazal. Pero, a pesar de que la
hierba escaseaba, no lograba manejar la guadaña. Irritado, la tiró con toda su
fuerza.
El diablillo no pudo seguir allí; apenas si le dió tiempo de esquivar el golpe.
Su asunto marchaba mal. Se escondió tras de un arbusto. Pero Iván arrojó de
nuevo la guadaña, que esta vez cortó la mitad del rabo del diablillo. Después
de terminar la siega, Iván el Imbécil mandó a la muchacha a recoger la hierba,
mientras se iba tranquilamente a segar el centeno.
Al llegar allí se encontró el centeno revuelto; el diablillo había pasado por
el campo.
Entonces Iván el Imbécil volvió a casa, para cambiar la guadaña inútil por una
hoz bien afilada; y segó hasta que lo hubo terminado todo.
"Ahora he de prepararme para segar la avena", se dijo.
El diablillo del rabo cortado oyó estas palabras y pensé: "No he podido
cogerlo en la siega del centeno; pero lo cogeré en la de la avena. Sólo es preciso
esperar hasta mañana."
Al día siguiente se fué al campo de avena; pero estaba segada ya. Iván el
Imbécil había trabajado de noche, para perder menos grano.
-¡Lo segó todo! -exclamó el diablillo, fuera de sí-. Esta vez sí que me ha
engañado el Imbécil. Ni en la guerra he visto tal ardor. Ni siquiera duerme el
muy condenado. Le echaré a perder las gavillas.
Y el diablillo se introdujo en las gavillas de centeno y las estropeó. Al
calentarlas, con el mismo calor se quedó dormido.
Mientras tanto, Iván el Imbécil había enganchado la yegua y había ido a buscar
las gavillas, acompañado de su hermana. Al llegar junto al haz en que sé había
ocultado el diablillo, levantó un par de gavillas con el bieldo clavándolo
precisamente en su trasero. Sacó el bieldo y ¿qué vió? Un diablillo vivo, con
el rabo cortado, entre las púas del bieldo. Se retorcía, tratando de huir.
-Bicho asqueroso, ¿todavía andas por aquí?
-Soy otro; el primero era mi hermano. Yo estaba en casa de Semión el Guerrero
-replicó el diablillo.
-Poco importa quién eres. Correrás la misma suerte -exclamó Iván el Imbécil; y
quiso aplastarlo. Pero el diablillo suplicó:
-Déjame, no te molestaré más y haré todo lo que quieras.
-¿Y qué puedes hacer?
-Sé hacer soldados de cualquier cosa.
-Pero ¿para qué?
-Podrás hacer con ellos lo que quieras, ya que un soldado sirve para todo.
-¿Saben cantar?
-Sí.
-Bien; entonces, hazlos.
-Toma esta gavilla de centeno, sacude las espigas contra el suelo diciendo:
"Mi esclavo ordena que dejes de ser gavilla, y que cada una de tus espigas
se transformo en soldado."
Tomando una gavilla de centeno, Iván hizo y dijo lo que el diablo le enseñara.
Las espigas tornáronse soldados, tambores y trompetas que tocaban sus
instrumentos.
-¡Qué divertido es esto! ¡Qué agradable! Será el regocijo de las muchachas
-exclamó Iván, echándose a reír.
-Pues bien, suéltame ahora -dijo el diablillo.
-No; antes quiero rehacer las espigas, porque de otro modo se desperdiciarían
los granos. Dime la manera de cambiarlos de nuevo en gavillas. Cuando llegue el
momento de trillar, las desgranaré.
-Tienes que decir: "Tantos soldados, tantas espigas; mi esclavo ordena que
sean de nuevo gavillas" -dijo el diablillo.
Iván obedeció y los soldados se transformaron en gavillas de centeno.
-Déjame ahora -rogó el diablillo.
-Bueno.
Iván el Imbécil dejó en el suelo al diablillo y, sujetándolo con una mano, lo
quitó el bieldo con la otra-. Vete con Dios -dijo.
Pero apenas hubo pronunciado la palabra Dios, el diablillo se hundió en la
tierra, como una piedra en el agua.
Iván el Imbécil se fué a casa. Allí se encontró a su segundo hermano, Taras,
que se disponía a cenar, en compañía de su mujer. Taras el Panzudo no había
podido hacer frente a sus compromisos y se había visto obligado a refugiarse en
casa de su padre.
-Iván; mientras espero adquirir riquezas de nuevo, mantennos a mi mujer y a mí
-le dijo, al verlo llegar.
-Bien; quedaos aquí y vivid a vuestras anchas -asintió Iván, quitándose el
caftán y sentándose en la mesa.
-No puedo comer con Iván el Imbécil en una misma mesa. Apesta a sudor -exclamó
la mujer del comerciante.
-Iván, hueles mal; ve a comer al zaguán -dijo Taras el Panzudo a su hermano.
-Bueno -replicó éste, y tomando el pan, se fue, no sin antes añadir-:
precisamente tenía que ir a echar pienso a la yegua.
Capitulo
V
Una vez cumplido su cometido, el diablillo de Taras fue a reunirse
con sus compañeros, para vencer a Iván, tal como habían convenido. Llegó al
campo de Iván el Imbécil, y rebuscó por doquier; pero no encontró a sus
compañeros. Sólo vio in agujero. Entonces, fue al prado, donde encontró un
rabo, a orillas del lodazal y, entre las gavillas, un segundo agujero.
"¿Les habrá ocurrido algo malo a mis compañeros? -se preguntó-. Tendré que
sustituirlos en la lucha con Iván."
Y se marchó en busca de éste. Iván el Imbécil había terminado ya su trabajo en
los campos, y estaba talando árboles en el bosque.
Encontrándose estrechos en la casa, sus hermanos le habían mandado que les
construyera una isba nueva.
El diablillo se fue, pues, al bosque; penetrando entre las ramas de los árboles
se dispuso a molestar a Iván el Imbécil en su tarea.
Iván taló un árbol, de modo que cayera en un lugar despejado, para poder
hacerlo rodar después. Pero el árbol cayó mal, enganchándose en las ramas más
cercanas. Entonces, Iván cogió una pértiga y trató de desenredar las ramas, lo
que consiguió después de muchos trabajos; y, al fin, el árbol cayó al suelo.
Taló entonces otro árbol, y le sucedió exactamente igual.
Se cansaba terriblemente y sólo a fuerza de grandes trabajos conseguía derribar
los árboles. Había pensado talar los cincuenta árboles jóvenes; y aún no había
derribado diez cuando le sorprendió la noche.
Estaba extenuado. Pero no dejaba de trabajar. Abatió otro árbol más; pero fue
tal el dolor que sintió en la espalda, que no pudo continuar en pie. Arrojando
el hacha, se sentó para descansar un poco.
Viendo que Iván se sentaba, el diablillo experimentó una gran alegría.
"¡Magnífico! Ahora abandonará su trabajo -pensó-. Yo también voy a
descansar un poco."
Muy satisfecho, se instaló a horcajadas en una rama. Pero Iván no tardó en
levantarse y, tomando el hacha, la blandió y la dirigió, con todo su ímpetu,
contra el árbol. Este se tambaleó, desplomándose con gran estrépito.
El diablillo no tuvo tiempo para retirar las piernas, y al romperse la rama, le
cogió una pata. Iván fue a coger esa rama y quedó muy extrañado al ver al
diablillo vivo.
-¡Asqueroso bicho! ¿Otra vez aquí?
-Soy otro. He vivido en casa de tu hermano Taras.
-Seas quien fueres, correrás la misma suerte.
Y, blandiendo el hacha, Iván se dispuso a descargarla sobre el diablillo.
-No me mates -suplicó éste-. Haré por ti lo que quieras.
-¿Y qué puedes hacer?
-Fabricarte todo el oro que desees.
-Pues bien, hazlo.
-Toma unas hojas de encina, frótalas entre las manos y caerá oro al suelo
-declaró el diablillo.
Iván el Imbécil tomó unas hojas, las frotó y cayó oro al suelo.
-Esto está muy bien para que jueguen los niños.
-Bien; entonces diablillo.
-De acuerdo.
Al decir esto Iván soltó al diablillo.
-Vete con Dios.
Mas apenas hubo pronunciado la palabra Dios, el diablillo se hundió en la
tierra como una piedra en el agua. Sólo quedó un agujero.
Capítulo
VI
Cuando los dos hermanos tuvieron las isbas dispuestas, cada cual
se instaló en la suya. Iván el Imbécil, que había terminado las faenas del
campo, preparó cerveza y los invitó a festejar aquel acontecimiento.
Los dos hermanos se negaron.
-¡Como si no supiéramos lo que es una fiesta de mujik!
Iván obsequió a los campesinos y a sus mujeres y él también hizo honor a la
bebida. Hasta llegó a ponerse un poco alegre y salió a la calle, para ver
bailar a las muchachas.
Se acercó a ellas y las invitó a cantar alabanzas.
-Os voy a dar una cosa que no habéis visto en vuestra vida -les dijo.
Las mozas se echaron a reír y le cantaron alabanzas. Cuando hubieron terminado,
le dijeron:
-Venga, danos eso.
-Voy a traerlo en seguida.
Iván cogió una criba y se encaminó al bosque.
-¡Qué imbécil! -comentaron las muchachas.
Luego, nadie se acordó más de él. Pero de pronto lo vieron llegar presurosamente,
con la criba llena.
-¿Queréis?
-Desde luego.
Iván tomó un puñado de oro y se lo arrojó a las muchachas.
-Pero ¡padrecito! -exclamaron éstas, lanzándose a recogerlo.
Acudieron también varios mujiks y se arrebataron unos a otros las monedas de oro.
Estuvieron a punto de aplastar a una pobre vieja. Iván se desternillaba de
risa.
-¡Estúpidos! ¿Por qué atropelláis a una pobre vieja? ¡Tened más cuidado! Os
daré más.
Y volvió a echar oro a puñados. La gente acudía en masa. Iván había vaciado la
criba; pero la gente le pedía más. Entonces dijo:
-¡No; se acabó! Otra vez os daré más. Ahora vamos a bailar y a cantar.
Las muchachas entonaron unas canciones; pero Iván el Imbécil exclamó:
-Vuestras canciones no son bonitas.
-¿Conocéis algunas que lo sean más?
-En seguida las oiréis.
Iván el Imbécil se dirigió a la era. Cogió una gavilla y sacudió las espigas
contra el suelo diciendo: "Mi esclavo ordena que dejes de ser gavilla y
que se transforme en soldado cada una de tus espigas", tal y como le había
enseñado el diablillo:
Se deshizo la gavilla y las espigas se convirtieron en soldados.
Acto seguido, redoblaron los tambores y resonaron las trompetas. Iván les mandó
dejar de tocar y desfilar con él por las calles. Pero cuando los soldados
hubieron acabado sus canciones, Iván los llevó a la era sin permitir que nadie
lo siguiera. Allí convirtió de nuevo a los soldados en espigas. Luego, volvió a
su casa y fue a descansar.
Capitulo VII
A la mañana siguiente, Semión el Guerrero, el hermano mayor,
enterado de esto, fue a ver a Iván.
-¿De dónde has sacado esos soldados y dónde los ocultas? -preguntó.
-¿Para qué los quieres?
-¡Qué preguntas! Con soldados uno puede lograr cuanto desee. ¡Se puede
conquistar un reino!
Iván se quedó muy sorprendido.
-¿Por qué no me lo dijiste antes? Te haré todos los que quieras. Precisamente
hemos tenido una buena cosecha.
Llevando a su hermano a la era le dijo:
-Te ruego que tengas presente una cosa: te haré los soldados, pero tendrás que
llevártelos de aquí, pues si tuviera que darles de comer se tragarían toda la
aldea en un solo día.
Semión prometió a su hermano que se llevaría a los soldados e Iván el Imbécil
puso manos a la obra. Sacudió una gavilla y apareció una compañía de soldados;
sacudió otra, y salió la segunda. Y así sucesivamente hasta que se llenó todo
el campo.
-Bueno, ¿te bastan o no?
Semión el Guerrero se alegró muchísimo.
-Sí, sí. Gracias, Iván.
-Bueno. En cuanto necesites más, ven y te los haré. No nos falta paja que
digamos.
Semión el Guerrero dio órdenes a los soldados. Formó un ejército, según se
hace, y se fué a combatir.
En cuanto se hubo ido, llegó Taras el Panzudo. Acababa de enterarse de lo que
había sucedido la víspera y a su vez preguntó a Iván:
-¿De dónde sacaste el oro? Si yo tuviera el dinero con la misma facilidad que
tú, podría llegar a conseguir todo lo que hay en el mundo.
Iván el Imbécil se asombró mucho.
-¿Es posible? ¿Por qué no lo dijiste antes? Voy a hacer todo el que quieras.
-Dame sólo tres cribas -replicó el hermano, regocijado.
-Bueno. Vámonos al bosque. Pero engancha un caballo porque de otro modo no
podrás traerlo.
Se dirigieron al bosque. Iván el Imbécil frotó entre las manos hojas de encina
y cayó un gran montón de oro.
-¿Te basta?
-Por ahora sí. Muchas gracias, Iván -exclamó Taras, satisfecho.
-Está bien. Pero cuando necesites más, acude a mí y te haré todo el que
quieras. No nos faltan hojas que digamos.
Taras el Panzudo llenó un carro entero de monedas de oro y se marchó a
negociar.
Así fué como partieron los dos hermanos. Semión combatía y Taras comerciaba.
Semión conquistó un reino y Taras amontonó una gran cantidad de dinero.
Un día los dos hermanos se encontraron y se dijeron de dónde tenían los
soldados y el dinero.
-He conquistado un reino y vivo mejor que quiero -declaró Semión el Guerrero a
su hermano-. Lo único malo es que no me alcanza el dinero para mantener a mi
ejército.
-En cambio, yo he ganado una gran cantidad de dinero, y sólo tengo una
preocupación, y es que nadie me lo guarda -replicó Taras el Panzudo.
-Vámonos a casa de nuestro hermano. Le diré que me haga más soldados y te los
daré para que custodien tu oro. Tú le vas a pedir que te haga más monedas de
oro, para que yo tenga con qué mantener a mis soldados.
Ambos se fueron a casa de Iván. Al llegar, Semión dijo a Iván el Imbécil:
-Hermano: no tengo bastante con mil soldados; tendrás que hacerme más.
Pero Iván se negó, moviendo la cabeza.
-Comprenderás que no voy a hacértelos así como así.
-¿Cómo que no? ¿Acaso no me lo prometiste?
-Sí, es cierto; pero no te haré ni uno más.
-Estúpido, ¿puedes decirme por qué no quieres?
-Porque hace poco tus soldados mataron a un hombre. Me hallaba arando junto al
camino cuando vi a una mujer, deshecha en lágrimas, que seguía un ataúd. Le
pregunté: ¿Quién se te ha muerto? Y me contestó: "Mi marido. Los soldados
de Semión el Guerrero lo mataron en la guerra." Me imaginaba que los
soldados iban a cantar canciones; pero resulta que han matado a un hombre. No
te haré ni uno más.
E Iván el Imbécil se negó rotundamente. No quiso, de ningún modo, volver a
hacer soldados.
Entonces Taras el Panzudo le pidió que, al menos, le hiciera monedas de oro.
Pero el hermano volvió a mover la cabeza negativamente.
-No voy a hacer más oro para ti, sin motivo alguno.
-¡Pero si me lo prometiste!
-Es verdad, pero no te haré más.
-¿Y por qué no, majadero?
-Porque tus monedas de oro han sido la causa de que le quiten la vaca a
Mijailovna.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Pues lo que oyes. Mijailovna tenía una vaca. Pero he aquí que un día sus niños
vinieron a pedirme leche. "¿Dónde está vuestra vaca"?, les pregunté.
"Ha venido el administrador de Taras, ha entregado tres redondelas de oro
a nuestra madre, y ella le ha dado la vaca. Y ahora no tenemos nada que
tomar." ¡Yo que pensaba que te ibas a divertir con esas monedas de oro! Y
resulta que has quitado la vaca a esos niños. No te haré más monedas.
Iván el Imbécil se mantuvo firme y no consintió hacer más monedas.
Los dos hermanos se retiraron, muy cabizbajos. De camino, cavilaron y
discutieron la manera de salir de aquel atolladero.
-Escúchame, hermano -exclamó Semión el Guerrero-. Podemos hacer un trato. Tú me
darás oro para sostener a mi ejército y yo te entregaré la mitad de mi reino,
con soldados, para vigilar tu oro.
Taras aceptó. Así, después de ponerse de acuerdo, los dos llegaron a ser zares
y ricos.
Capítulo VIII
Iván seguía en su casa manteniendo a sus padres. Labraba los
campos, ayudado por su hermana la muda.
Un día enfermó el perro viejo de Iván. Pidió pan a su hermana la muda, lo
guardó en la gorra y fué a echárselo al can. Pero la gorra tenía un agujero y,
junto con el pan, cayó una punta de raíz. El perro se la tragó con el pan e
inmediatamente se puso en pie y empezó a ladrar, meneando el rabo. Se había
curado radicalmente.
Los padres de Iván, que habían presenciado esto, quedaron pasmados de asombro.
-¿Cómo se ha curado el perro? -preguntaron.
-Tenía dos raíces que curan todas las enfermedades y el perro se ha comido una
-respondió Iván.
Poco después, sucedió que la hija del zar cayó enferma y éste mandó pregonar
por los pueblos y ciudades de su reino que daría una magnífica recompensa a
quien la curase. Si fuese soltero el que lo consiguiese, se la daría por
esposa. El pregón llegó también a la aldea de Iván el Imbécil.
-¿Has oído lo que ha anunciado el zar? -le dijeron sus padres-. Nos dijiste que
te queda una raíz. Vete, pues, a curar a la hija de zar y serás dichoso para
el, resto de tu vida.
-Bueno -accedió Iván.
Preparó sus cosas para el viaje y se vistió con sus mejores ropas. Pero al ir a
cruzar el umbral de su casa vió a una mendiga que tenía un brazo lisiado.
-He oído decir que curas todas las enfermedades. Cúrame el brazo, por favor. No
puedo vestirme sola.
-Bueno -dijo Iván.
Dió la raíz a la pobre mujer, diciéndole que la tragase. Esta obedeció y quedó
curada. Acto seguido pudo mover el brazo.
Los padres de Iván el imbécil salieron a despedirlo. Al enterarse de que había
dado la última raíz a una pobre mujer y que ya no tenía con qué curar a la
zarevna, lo reprendieron severamente.
-¡Mira que haberte apiadado de una mendiga! ¡Y no tener compasión de la hija
del zar!
Pero Iván se compadeció también de la zarevna. Enganchó un caballo, puso paja
en el carro y subió al pescante.
-¿Adónde vas, majadero?
-A curar a la hija del zar.
-Ya no tienes con qué...
-Eso no importa.
Iván el Imbécil acució al caballo, dándole un latigazo.
Cuando llegó a la corte y apenas hubo subido la escalinata de palacio, la
zarevna se sintió curada.
El zar no cabía en sí de gozo. Mandó llamar a Iván, le dio trajes suntuosos y
le dijo:
-Vas a ser mi yerno.
-Bueno -accedió Iván.
Y así fué como se casó Iván el Imbécil con la zarevna. Poco después falleció el
zar e Iván le sucedió en el trono.
Así, pues, los tres hermanos llegaron a ser zares.
Capitulo IX
Los tres hermanos vivían reinando.
El mayor, Semión el Guerrero, era feliz. Había reunido numerosos soldados a los
que le había hecho Iván.
Ordenó por todo el reino que le diesen un soldado por cada diez casas. Estos
soldados debían ser altos, fuertes y apuestos.
Después de reclutar un número muy elevado los instruyó. Así, cuando alguien se
negaba a obedecerlo, mandaba a sus soldados y hacía lo que quería. Todos lo
temían.
Su vida se deslizaba felizmente. Todo lo que pasaba por su imaginación, todo lo
que codiciaban sus ojos, era suyo, ya que no tenía más que enviar a sus
soldados para que se apoderasen de ello.
También Taras el Panzudo vivía magníficamente. No había despilfarrado el dinero
que le diera su hermano; por el contrario, se las había arreglado para
aumentarlo. Había puesto en marcha los negocios de su reino: guardaba el oro en
buenas cajas y aún exigía más de sus súbditos. Cobraba tanto por casa, tanto
por los lapti, tanto por los onuchi, sin contar todo lo demás. Poseía cuanto
deseaba. A cambio del oro, le traían de todo; y todos trabajaban para él, ya
que todo el mundo necesitaba dinero.
Tampoco vivía mal Iván el Imbécil. Pero, tan pronto hubieron enterrado a su
suegro, se despojó de sus vestidos de zar, y pidió a su esposa que los guardara
en un arcón. Luego, poniéndose de nuevo su camisa de lienzo, sus pantalones y
sus lapti, volvió a sus faenas.
-Me aburro. Estoy echando barriga y no tengo sueño ni apetito -dijo.
Mandó venir a sus padres y a su hermana la muda, y comenzó a trabajar. Algunos
le decían:
-¡Pero si eres el zar!
-¿Y eso qué importa? También el zar tiene que comer -replicaba.
Un día, fué a verle un ministro.
-No tenemos dinero para abonar las pagas.
-Si no tenéis dinero, no paguéis.
-En este caso, se marcharán todos.
-¡Que se marchen! Así dispondrán de tiempo para trabajar. Que saquen el
estiércol. Hace mucho que lo dejan amontonado, sin aprovecharlo para nada.
Otra vez fueron a pedirle justicia. Uno se quejaba de que le habían robado su
dinero.
-Señal de que les hacía falta -declaró Ivan.
Debido a este proceder, todos se dieron cuenta de que Iván era imbécil.
-La gente dice que eres imbécil -le dijo su mujer.
-Será porque lo soy.
La esposa de Iván meditó, meditó... Ella también era imbécil.
"¿Qué le he de hacer? No me es posible oponerme a la voluntad de mi
marido. El hilo debe seguir a la aguja", se dijo.
Desechó también sus ropas de zarina, que guardó en un arcón. Fué a casa de la
muda, para que la enseñara a trabajar; y, una vez que hubo aprendido, empezó a
ayudar a su marido.
Todas las gentes sensatas abandonaron el reino de Iván, quedando tan sólo los
imbéciles. Nadie tenía dinero; todos trabajaban, y cada cual se mantenía y
ayudaba a los que no podían hacerlo.
Capitulo X
Esperando noticias, el viejo diablo se sentía impaciente por saber
cómo habían logrado los diablillos arruinar a los tres hermanos. Pero como
pasaba el tiempo y no recibía nada, se fué a averiguar lo que había ocurrido.
Buscó a los diablillos por todas partes; pero no pudo dar con ellos. Lo único
que encontró fueron los tres agujeros.
«¡Vaya!" No habrán podido vencerlos. Tendré que poner manos a la obra yo
mismo", se dijo.
Empezó a buscar a los tres hermanos en sus antiguas casas; pero las habían
abandonado. El viejo diablo se disgustó.
Se dirigió a casa del zar Semión, transformado en voivoda .
-Según he oído decir, zar Semión, eres un gran guerrero. Conozco a fondo la
profesión de las armas y tengo ardientes deseos de servirte.
El zar le hizo preguntas; y, al comprobar que era inteligente, lo tomó a su
servicio.
El nuevo voivoda explicó al zar cómo debía organizar su ejército.
-Lo más importante es que dispongas de un gran número de soldados; de otro modo
habrá en el reino demasiada gente ociosa e inútil. Es preciso reclutar, sin
distinción, a todos los hombres jóvenes; y entonces tendrás un ejército cinco
veces más numeroso. Después necesitamos nuevos modelos de fusiles y cañones.
Inventaré fusiles que arrojen cien proyectiles a la vez como una lluvia de
guisantes. Y te haré cañones que escupan fuego a distancias enormes. Los
hombres, los caballos, las casas... todo arderá.
El zar Semión escuchó al nuevo voivoda. Dió órdenes para que construyeran
fábricas, de las que iban a salir centenares de fusiles y cañones. Una vez que
todo estuvo dispuesto, se fué a guerrear contra el zar vecino.
En cuanto llegó a presencia del enemigo, Semión el Guerrero ordenó a sus
soldados que disparasen los fusiles y los cañones. En un solo combate, destruyó
e incendió la mitad del ejército rival.
Aterrorizado, el zar vecino capituló, entregando su reino a Semión.
-Ahora iré a luchar contra el soberano de la India -dijo, satisfecho.
Pero el soberano de la India había oído hablar del arrojo y del poder de Semión
y había imitado sus reformas e inventado armas aún mejores. No se había
limitado a reclutar a los hombres jóvenes, sino también a las mujeres solteras
de su reino. Así había conseguido reunir un ejército mayor que el de Semión.
Además de disponer de fusiles y cañones iguales a los de Semión, había hallado
la manera de volar por el aire; arrojar desde lo alto bombas explosivas.
Asi, pues, el zar Semión marchó a guerrear contra el soberano de la India.
Pensaba vencerlo, lo mismo que había vencido al otro; pero la hoz siega hasta
que se embota. El soberano no esperó a que su enemigo presentase batalla. Mandó
a las mujeres de su reino que volasen por encima del ejército de Semión,
echando bombas explosivas. Las mujeres obedecieron, y el ejército de Semión se
dispersó, huyendo y abandonando a éste. El soberano de la India se apoderó del
reino de Semión el Guerrero, que tuvo que irse como un vagabundo, de acá para
allá, a donde lo guiaran sus pasos.
Cuando hubo terminado con Semión el viejo diablo se ocupó de Taras.
Convirtiéndose en mercader, se estableció en su reino. Empezó a comerciar; y
pagaba todas las cosas a un precio tan elevado, que las gentes acudían a tratar
con él para ganar rápidamente.
Fué tanto lo que ganaron, que pudieron pagar los impuestos que tenían
pendientes, y, desde entonces, siempre los satisfacían con regularidad. El zar
Taras estaba contentísimo. "Tengo que agradecer esto al mercader nuevo
-pensó- Ahora tendré mucho más dinero y podré vivir aún mejor.
Concibió nuevos planes y se propuso construir otro palacio. Ordenó que lo
pregonasen a los habitantes del pueblo que trajesen piedras y maderas y
viniesen a trabajar para él. Había establecido buenos precios para todo, y
esperaba que la gente acudiría, en masa, a obedecerle como había ocurrido
siempre. Pero he aquí que llevaban la piedra y la madera a casa del mercader,
donde iban a trabajar todos los obreros.
El zar Taras elevó los precios; pero el mercader los elevó más. Taras tenía
mucho dinero, pero el mercader más aún. Y pudo con él. Por eso, no se construyó
el palacio del zar.
Taras tuvo la idea de hacerse un jardín. En otoño, mandó decir a sus súbditos que
viniesen a trabajar a su casa. Nadie apareció. Todos estaban ocupados, cavando
un estanque en casa del mercader.
Llegó el invierno; el zar Taras quiso que le hicieran una pelliza; y mandó
comprar pieles de cibelina; pero el criado volvió diciendo
-No se encuentran pieles. El mercader las ha pagado carísimas y se ha hecho una
alfombra con ellas.
El zar tuvo necesidad de comprar caballos. Los que habían ido por ellos
volvieron, informando:
-Todos los buenos caballos están en casa del mercader, acarreando agua para
llenar su estanque.
Todos los planes que formaba el zar quedaban suspendidos. Nadie quería hacer
nada para él; en cambio, todos trabajaban para el mercader. Sólo le pagaban los
impuestos. El zar tenía tanto dinero que no sabía qué hacer con el; no obstante
vivía cada vez peor.
Finalmente, renunció a sus proyectos, contentándose con encontrar de qué vivir.
Pero hasta eso iba haciéndose difícil. Lo contrariaban en todo.
Los lacayos, los cocineros y los cocheros lo habían abandonado, para
trasladarse a casa del mercader. Incluso empezaron a faltarle los alimentos.
Mandaba al mercado a comprar cualquier cosa; pero el mercader se lo había
llevado todo. Para él, sólo quedaban el dinero y las contribuciones.
Exacerbado, el zar echó de su reino al mercader. Pero éste se estableció cerca
de la frontera, donde siguió su comercio. Le llevaban todo lo habido y por
haber, a cambio de su dinero; y el zar seguía sin obtener nada.
Las cosas fueron de mal en peor. Pasaban días enteros sin que el zar probara
bocado. Por aquel entonces se difundió el rumor de que el mercader estaba
dispuesto a comprar al zar en persona. Taras se asustó y ya no supo qué hacer.
En esto fué a verlo Semión el Guerrero.
-¡Mantenme! El soberano de la India me ha destronado -le dijo.
-Hace días que no como -replicó Taras el Panzudo.
Capitulo
XI
Una vez que hubo acabado con los dos hermanos mayores, el diablo
se dirigió a casa de Iván. De nuevo tomó la forma de un voivoda. Y convenció a
Iván de que organizara un ejército en su reino.
-A un zar no le conviene carecer de ejército en su reino. Permíteme que ponga
manos a la obra, y no tardaré en formar un ejército con tus súbditos.
-Bueno -asintió Iván, tras de haberlo lo escuchado-. Y no dejes de enseñarles a
cantar bonitas canciones. Eso me gusta mucho.
El viejo diablo hizo un viaje a través del reino de Iván, reclutando
voluntarios. Dijo que se acogería bien a todo el mundo y que darían un barril
de vodka y un gorro encarnado a cada uno.
Los imbéciles se echaron a reír.
-Tenemos todo el vodka que queremos; nos lo hacemos nosotros mismos. En cuanto
al gorro, nuestras mujeres pueden hacernos cuantos queramos y de todos los
colores, incluso de varios colores juntos.
Y nadie quiso alistarse.
Entonces, el diablo fue de nuevo a ver a Iván.
-Los imbéciles no quieren alistarse; habrá que obligarlos por la fuerza -dijo.
-¡Bueno, alístalos por la fuerza!
Y el viejo diablo anunció al pueblo que todos los imbéciles debían alistarse, y
que los que se negaran a hacerlo, serían condenados a muerte.
Los imbéciles se presentaron ante el voivoda.
-Dices que si nos negamos a alistarnos el zar mandará que nos maten. Pero no
nos explicas lo que hará con nosotros cuando seamos soldados. Según parece, a
los soldados también se los mata.
-Tenéis razón; eso suele ocurrir.
Al oír esta contestación, los imbéciles se obstinaron en su negativa.
-No iremos por nada del mundo. Si de todas formas nos han de matar, preferimos
que nos maten en casa.
-iQue imbéciles sois! ¡Qué imbéciles! -exclamó el viejo diablo-. Siendo
soldados tenéis ocasión de salvaros, mientras que, si desobedecéis, el zar Iván
mandará sin falta que os maten.
Los imbéciles se sumieron en reflexiones. Al fin, se dirigieron a casa de Iván.
-Hay un voivoda que nos exige que nos hagamos soldados -le dijeron-. "Si
os hacéis soldados tenéis ocasión de salvaros, mientras que, si desobedecéis,
el zar Iván mandará que os maten", nos dice.
-¿Es posible? -exclamó Iván echándose a reír-. ¿Cómo podría yo solo mataros a
todos? Si no fuese imbécil, podría explicároslo; pero siendolo, ni yo mismo lo
entiendo.
-Entonces ¿no debemos ir?
-No vayáis.
Los imbéciles regresaron a casa del voivoda, para repetirle que se negaban a
alistarse. Viendo que su asunto no marchaba bien, el viejo diablo fué a ver al
zar Tarakansky, un hombre de su confianza.
-Vamos a combatir al zar Iván. Lo único que le falta es dinero. Tiene trigo,
ganado y otros bienes en abundancia.
El zar Tarakansky accedió. Tras de reunir numerosos soldados, fusiles y
cañones, los llevó a la frontera, para invadir el reino de Iván.
-El zar Tarakansky viene a luchar contra ti -dijeron al zar Iván.
-Pues bien, que venga.
Tarakansky cruzó la frontera con su ejército y ordenó a la vanguardia que
buscase el ejército de Iván. La vanguardia buscó por doquier, esperando que
apareciera algún soldado por el horizonte; pero ni por asomo. Fue imposible
luchar. Entonces, Tarakansky ordenó que ocuparan las aldeas.
Los imbéciles de uno y otro sexo salían a las puertas de sus casas y miraban,
atónitos, a los soldados. Estos les arrebataron el trigo y el ganado. Sin
defenderse, los imbéciles permitían que se llevasen todo.
Las tropas ocuparon otra aldea, donde ocurrió lo mismo. Y así fué un día y
otro, sin defenderse. E incluso invitaban a los soldados a vivir con ellos.
-Queridos amigos, si os va mal en vuestro país, venid a estableceros aquí para
siempre -les decían.
Los soldados avanzaban y avanzaban; pero no había ni rastro de ejército. Por
doquier vivían buenas gentes que no se defendían y los invitaban a quedarse con
ellos.
Las tropas se aburrieron y, presentándose al zar Tarakansky, declararon:
-No podemos luchar. Llévanos a otra parte. Esto nos gustaría si fuese una
guerra. Pero ¿qué hay aquí? Lo mismo sería que nos entretuviéramos en partir
hielo. No podemos guerrear de esta manera.
El zar Tarakansky se molestó. Dio orden a sus soldados de que recorriesen el
país de punta a cabo devastando las aldeas, destruyendo las casas, quemando el
trigo y matando el ganado.
-Si me desobedecéis, os mataré a todos -vociferó.
Aterrorizados, los hombres llevaron a cabo la orden del zar. Incendiaron las
cosas y los graneros y mataron el ganado.
Los imbéciles no intentaron defenderse en absoluto; no hacían más que llorar.
Lloraban los viejos, lloraban las viejas, lloraban los niños...
-¿Por qué nos hacéis daño? ¿Por qué echáis a perder tantos bienes?
-preguntaban-. Si os hacen falta, tomadlos.
Esto acabó por disgustar a los soldados. Se negaron a seguir adelante; y el
ejército se dispersó.
Capitulo XII
Al darse cuenta de que no podía conseguir su objetivo por medio de
los soldados, el viejo diablo se marchó.
No tardó en aparecer de nuevo, transformado en un señor muy bien vestido y,
estableciéndose en el reino de Iván, decidió acabar con él por medio del oro,
como había hecho con Taras el Panzudo.
-Lo único que deseo es favorecerte. Te enseñaré cosas magníficas -dijo-. Por de
pronto, voy a construir aquí una casa.
-Bueno; quédate con nosotros.
A la mañana siguiente, el señor bien vestido compareció en la plaza del pueblo,
con un gran saco lleno de oro y una hoja de papel.
-Todos vivís aquí como unos cerdos -dijo-. Os enseñaré cómo debéis vivir. Vais
a construirme una casa como la que está dibujada en este plano. Trabajaréis
dirigidos por mí y os pagaré con oro vuestro trabajo.
Y el señor bien vestido les mostró el oro que había traído.
Los imbéciles se quedaron maravillados: nunca habían visto dinero. Solían
cambiar entre sí los productos de su trabajo.
-¡Qué bonitos son estos objetos! -exclamaron, admirados.
Y cambiaron con el señor bien vestido su trabajo contra esos objetos de oro. Lo
mismo que en el reino de Taras, el viejo diablo repartió oro a puñados y, a
cambio de eso, obtuvo toda clase de trabajos y de productos. "Mis asuntos
marchan inmejorablemente. Ahora sí que conseguiré arruinar a Iván el Imbécil,
como lo hice con Taras. Acabaré comprándole a él mismo", se dijo,
satisfecho.
Pero, apenas los imbéciles hubieron reúnido bastantes monedas de oro, se las
entregaron a las mujeres para que se hicieran collares. Todas las muchachas
llevaban monedas prendidas en las trenzas y los niños jugaban con ellas por las
calles.
La casa del señor. bien vestido había quedado a medio construir y todavía no
había hecho acopio de trigo ni de ganado. Pero nadie iba a trabajar allí y
nadie le llevaba nada. Unicamente de tarde en tarde aparecía algún chiquillo
para pedir uan moneda de oro a cambio de un huevo. Pero nada más. Y el señor
bien vestido no tenía nada que comer.
Tuvo hambre y fué a una aldea, para comprar algo. Entró en un corral y ofreció
una moneda a cambio de una gallina. Pero la campesina rechazó la moneda.
-Ya tengo bastantes -le dijo.
El señor bien vestido se fué a casa de otra mujer, que no tenía niños, con
intención de comprar un arenque. Le ofreció también una moneda de oro.
-No la necesito para nada. No tengo niños ni nadie para que juegue con ella.
Por casualidad, guardo tres objetos de éstos.
De allí, el señor bien vestido se fué a casa de un mujik para comprar pan; pero
el campesino se negó también a vendérselo a cambio de dinero.
-No me hace falta. Si quieres algo por amor de Dios, es distinto. Espera, voy a
decirle a mi mujer que te corte una rebanada de pan.
El diablo empezó a escupir y huyó apresuradamente. El que le ofrecieran algo
en. nombre de Dios, sólo oír pronunciar ese nombre, era peor que si le hubiesen
asestado una puñalada.
Así, pues, el viejo diablo no logró encontrar pan. Por todas partes se negaban
a darle algo a cambio de su dinero. Pero todos le decían:
-Danos otra cosa, trabaja, o bien, tómalo por amor de Dios.
Pero el diablo sólo podía ofrecer dinero. No quería trabajar, ni podía aceptar
el pan por el amor de Dios.
-¿Para qué queréis otra cosa, si os doy oro? -replicaba, irritado-. Con oro
podéis comprar todo lo que queráis y podéis hacer trabajar a quien se os
antoje.
Pero los imbéciles no le hacían caso.
-No nos hace falta. No pagamos nada a nadie, ni tenemos que satisfacer
impuestos. ¿Para qué queremos el dinero?
El viejo diablo tuvo que acostarse sin cenar.
Esto llegó a oídos del zar Iván.
-¿Qué debemos hacer? -le preguntaron sus gentes-. Ha venido a nuestras casa un
señor al que le gusta comer y beber bien y vestir elegantemente. Se niega a
trabajar y a pedir por el amor de Dios. Lo único que hace es ofrecer monedas de
oro a todo el mundo. Cuando aún no teníamos muchas, le dábamos lo que pedía;
pero ahora nadie quiere darle nada. ¿Qué haríamos para que no se muriese de
hambre?
-Está bien -dijo Iván después de haber escuchado estas palabras-. Habrá que
darle de comer. Que vaya de puerta en puerta, como los pastores.
¿Qué iba a hacer? El viejo diablo se fué de casa en casa. Llegó así a la de
Iván y pidió algo de comer a la muda, que estaba haciendo la comida para su
hermano. A fuerza de haber sido engañada por los gandules que se presentaban a
la hora de comer y, sin haber trabajado, engullían tranquilamente grandes
platos de kasha , la muchacha había adquirido la habilidad de distinguirlos por
las manos. Sentaba a la mesa a los que las tenían callosas; a los de¬más les
daba las sobras.
El viejo diablo se deslizó hacia la mesa pero la muda le tomó la mano y se la
examinó con atención. No teñía callos. Eran unas manos pulcras, blancas y de
largas uñas. La muchacha rezongó y echó de la mesa al diablo.
-¡No te molestes, alegante señor! -exclamó la esposa de Iván-. Mi cuñada no
permite que se sienten a la mesa quienes no tengan las manos callosas. Pero
espera un poco; y cuando todos hayan comido, comerás las sobras.
El viejo diablo se sintió humillado. ¡Comer entre los cerdos, aunque fuese en
casa del zar!
-Es una ley de imbéciles la de tu reino, de que cada cual trabaje con las
manos. Habéis inventado esto porque sois estúpidos. ¿Acaso sólo se puede
trabajar con las manos? ¿Con qué crees que lo hacen las personas inteligentes?
-dijo a Iván.
-¿Cómo podemos saberlo nosotros, que somos imbéciles? Nosotros trabaja¬mos con
las manos y las espaldas -replicó Iván el Imbécil.
-Lo hacéis así porque sois, unos pobres imbéciles... Pero quiero enseñaros a
trabajar con la cabeza. Entonces comprenderéis que esta manera es preferible a
la otra.
Iván se quedó pasmado de asombro.
-¿Es posible? ¡Ah! Por algo nos llaman imbéciles.
-Es mucho más difícil trabajar con la cabeza. Os negáis a darme de comer,
porque no tengo las manos callosas; pero no sabéis que es cien veces más
cansado trabajar con la cabeza. Y, a veces, a uno hasta le cruje la cabeza.
Iván se sumió en reflexiones.
-Entonces, amigo mío, dime: ¿por qué te empeñas en tomarte tanta molestia? Es
malo que la cabeza cruja. Más te convendría un trabajo fácil, que se realice
con las manos y la espalda.
-Si me tomo tanta molestia, es por vosotros -replicó el diabla-. Me dais
lástima, pobres estúpidos. Sin mí, seguíais siendo imbéciles toda la vida. Pero
yo os enseñaré a trabajar con la cabeza.
-Bueno, enséñanos, pues -accedió Iván, admirado-. Porque la verdad es que acaba
uno por tener las manos cansadas. Así, para variar, podremos, seguir trabajando
con la cabeza.
Iván proclamó por todo su reino que había llegado un señor bien vestido, el
cual se comprometía a enseñar a todo el mundo a trabajar con la cabeza. Se adelantaba
más trabajando, de este modo y todos debían ir a aprender.
En el reino de Iván había una torre muy alta, con una escalera empinada y una
plataforma en lo alto. Iván mandó allí al señor bien vestido, para que todo el
mundo pudiera verlo bien.
Una vez arriba, el señor empezó a hablar. Los imbéciles escuchaban, esperando
que los enseñara cómo se trabajaba sin mover las manos, únicamente con la
cabeza; pero el viejo diablo no hacía más que explicarles de palabra cómo puede
uno arreglárselas para vivir sin trabajar.
Los imbéciles no entendían nada. Escucharon durante un rato; y luego cada cual
se fué a sus faenas.
El viejo diablo permaneció un día y otro en lo alto de la torre, hablando sin
cesar, hasta que sintió hambre. A los imbéciles no se les había ocurrido
llevarle pan. Habían pensado que, si trabajaba mucho mejor con la cabeza que
con las manos, le sería tan fácil conseguir pan como jugar a cualquier cosa.
Transcurrió otro día y el viejo diablo seguía perorando en lo alto de la torre.
Las gentes se acercaban extrañadas; y, después de mirar un rato se iban.
-¿Ha empezado ya a trabajar con la cabeza este señor? -preguntó Iván.
-Aún no -le contestaron-. No hace más que charlar.
El viejo diablo pasó otros días más hablando en la torre. Adelgazaba por momentos.
Una vez le flaquearon las piernas y se dio un golpe contra el pilar. Uno de los
imbéciles había observado esto y fué a decírselo a la mujer de Iván. Este se
precipitó en busca de su marido, que trabajaba en el campo.
-¡Ven, ven! Me han dicho que el señor bien vestido empieza a trabajar con la
cabeza.
-¿Es posible? -preguntó Iván, muy sorprendido.
Y se dirigió hacia la torre. El viejo diablo, extenuado, se tambaleaba sobre
las piernas y con la cabeza se daba coscorrones contra el pilar. Al poco rato de
la llegada de Iván, vaciló cayendo escalera abajo. Su frente daba contra los
escalones como si los fuera contando con la cabeza.
-¡Oh! -exclamó Iván-. Es verdad lo que decía el señor bien vestido. Puede
ocurrir que la cabeza cruja. Esto es muy distinto a tener las manos callosas.
Con ese trabajo se arriesga uno a hacerse chichones.
El viejo diablo cayó de modo que la cabeza quedó clavada en el suelo. Iván iba
a acercarse a él, para ver si había realizado mucha tarea, cuando, de pronto,
se abrió la tierra y el viejo diablo desapareció en sus profundidades, quedando
tan sólo un agujero.
-¡Vaya con este bicho asqueroso! -exclamó Iván rascándose la cabeza-. ¡Otra vez
es él! No; éste debe de ser el padre de los otros. ¡Está tan gordo!
Capitulo XIII
Iván vive aún. Las gentes acuden en masa a su reino. También han
ido a vivir con él sus hermanos. A todo el que llega diciendo:
"Mantenme", le responde Iván: "Bueno, quédate. Aquí tenemos de
todo."
Pero existe en este reino una sola ley. Al que tiene las manos callosas se le
dice: "Siéntate a la mesa"; y al que no tiene callos en las manos:
"Cómete las sobras."
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